Page 104 - veinte mil leguas de viaje submarino
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mil metros. El termómetro in-dicaba una temperatura de cuatro grados centígrados,
tem-peratura que a esa profundidad parece ser común a todas las latitudes[L16] .
El 26 de noviembre, a las tres de la mañana, el Nautilus franqueó el trópico de Cáncer a
1720 de longitud. El 27 pasó ante las costas de las islas Sandwich, donde el ilustre Cook
halló la muerte el 14 de febrero de 1779. Habíamos recorri-do ya cuatro mil ochocientas
sesenta leguas desde nuestro punto de partida. Al ascender aquella mañana a la platafor-ma,
pude ver, a unas dos millas a sotavento, Hawaii, la mayor de las siete islas que forman el
archipiélago de este nombre. Distinguí con claridad los linderos de sus cultivos, las
diver-sas cadenas montañosas que corren paralelas a la costa y sus volcanes dominados por
el Mauna Kea, que se eleva a cinco mil metros sobre el nivel del mar.
Entre otras muestras recogidas por las redes en aquellos parajes destacaban unas flabelarias
pavonias, pólipos com-primidos de graciosas formas, que son peculiares de esta parte del
océano.
El Nautilus se mantuvo rumbo al Sudeste. Cortó el ecua-dor el 1 de diciembre a 1420 de
longitud, y el 4 del mismo mes, tras una rápida travesía efectuada sin incidente alguno,
avistamos el archipiélago de las Marquesas. A 80 57' de lati-tud Sur y 1390 32' de longitud
Oeste, vi a unas tres millas el cabo Martín, de Nouka Hiva, la principal isla de este
archi-piélago, que pertenece a Francia. Tan sólo me fue dado ver las montañas boscosas
que se dibujaban en el horizonte, pues el capitán Nemo evitaba acercarse a tierra. Allí las
redes recogieron hermosos especímenes de peces, como unas co-ríferas con las aletas
azuladas y la cola de oro, cuya carne no tiene rival; hologimnosos casi desprovistos de
escamas y también de un sabor exquisito; ostorrincos de mandibula ósea; todos ellos dignos
de la mesa del Nautilus.
Tras haber dejado aquellas encantadoras islas bajo pabe-llón francés, el Nautilus recorrió
unas dos mil millas, del 4 al 11 de diciembre, sin más hecho mencionable que el encuen-tro
de una inmensa cantidad de calamares, curiosos molus-cos muy semejantes a la jibia. Los
pescadores franceses los designan con el nombre de encornets. Los calamares perte-necen a
la clase de los cefalópodos y a la familia de los di-branquios que incluye con ellos a las
jibias y a los argonau-tas. Estos animales fueron particularmente estudiados por los
naturalistas de la Antigüedad, y, de creer a Ateneo, médi-co griego que vivió antes que
Galeno, proveyeron de nume-rosas metáforas a los oradores del Ágora, a la vez que de un
plato excelente a la mesa de los ricos ciudadanos.
Fue durante la noche del 9 al 10 de diciembre cuando el Nautilus halló aquel ejército de
moluscos, que son particular-mente nocturnos. Podían contarse por millones. Iban en
emi-gración de las zonas templadas hacia las menos cálidas, si-guiendo el itinerario de los
arenques y de las sardinas. A través de los gruesos cristales los veíamos nadar hacia atrás
con gran rapidez, moviéndose por medio de su tubo locomotor, persi-guiendo a peces y
moluscos, devorando a los pequeños y sien-do derovados por los grandes, y agitando en
una indescripti-ble confusión los diez pies que la naturileza les ha implantado sobre la
cabeza, como una cabellera de serpientes neumáticas. A pesar de su velocidad, el Nautilus
navegó durante varias ho-ras en medio de ese banco animal y sus redes izaron a bordo una