Page 273 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Va a suponer un retraso  dijo Ned.

                   ¡Qué importan unas horas de más o de menos, con tal que podamos salir!

                   Sí  dijo Ned Land-, ¡con tal que podamos salir!

                  Me paseé durante algunos instantes del salón a la biblio-teca. Mis compañeros, sentados,
                  guardaban silencio. Me senté en un diván y tomé un libro, que comencé a recorrer
                  maquinalmente. Así pasó un cuarto de hora. Conseil se acercó amíyme dijo:

                   ¿Es interesante lo que está leyendo el señor?

                   Muy interesante  respondí.

                   Lo creo. Es el libro del señor lo que está leyendo el señor.

                   ¿Mi libro?

                  En efecto, la obra que tenía en mis manos era Los Grandes Fondos Marinos. No me había
                  dado cuenta. Cerré el libro, me levanté y volví a pasear. Ned y Conseil se levantaron para
                  retirarse. Les retuve.

                   Quedaos aquí, amigos míos. Permanezcamos juntos hasta el momento en que salgamos
                  de este túnel.

                   Como el señor guste  dijo Conseil.

                  Transcurrieron así varias horas, durante las cuales observé a menudo los instrumentos
                  adosados a la pared del salón. El manómetro indicaba que el Nautilus se mantenía a una
                  pro-fundidad constante de trescientos metros; la brújula, que se dirigía siempre hacia el Sur;
                  la corredera, que marchaba a una velocidad de veinte millas por hora, excesiva en un
                  espacio tan cerrado. Pero el capitán Nemo sabía que no había tiempo que perder y que los
                  minutos valían siglos en esa situación.

                  A las ocho y veinticinco se produjo un segundo choque. A popa, esta vez. Palidecí. Mis
                  compañeros se habían acer-cado a mí. Agarré la mano de Conseil. Nos interrogamos con
                  las miradas, más expresivamente de lo que hubiéramos hecho con palabras.

                  En aquel momento entró el capitán en el salón y yo me di-rigí a él.

                   ¿Está cerrado el camino por el Sur?  le pregunté.

                   Sí, señor. El iceberg, al volcarse, ha cerrado toda salida.

                   ¿Estamos, pues, completamente bloqueados?
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