Page 269 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Salimos del salón. En la biblioteca, nadie. En la escalera central y en las dependencias de la
tripulación, nadie. Supuse que el capitán Nemo había debido apostarse en la cabina del
timonel. Lo mejor era esperar, y regresamos los tres al salón.
Silenciaré las recriminaciones del canadiense, que había hallado una buena ocasión para
encolerizarse. Le dejé desa-hogar su mal humor a sus anchas, sin responderle.
Llevábamos ya una veintena de minutos tratando de in-terpretar los menores ruidos que se
producían en el interior del Nautilus, cuando entró el capitán Nemo. Afectó no ver-nos. Su
fisonomía, habitualmente tan impasible, revelaba una cierta inquietud. Observó
silenciosamente la brújula y el manómetro y luego se dirigió al planisferio, en el que posó
un dedo sobre un punto de los mares australes.
No quise interrumpirle. Tan sólo algunos instantes más tarde, cuando se volvió hacia mí, le
dije, devolviéndole la ex-presión de que se había servido en el estrecho de Torres:
-¿Un incidente, capitán?
No, señor respondió , esta vez es un accidente.
¿Grave?
Tal vez.
¿Es inmediato el peligro?
No.
¿Ha encallado el Nautilus?
Sí.
¿Cómo se ha producido?
Por un capricho de la naturaleza, no por la impericia de los hombres. Ni un solo fallo se
ha cometido en nuestras ma-niobras. No obstante, no puede impedirse al equilibrio que
produzca sus efectos. Se puede desafiar a las leyes humanas, pero no resistir a las leyes
naturales.
Singular momento el escogido por el capitán Nemo para entregarse a esta reflexión
filosófica. En suma, su respuesta no me aclaraba nada.
¿Puedo saber, señor, cuál es la causa de este accidente?
Un enorme bloque de hielo, una montaña entera, ha dado un vuelco me respondió .
Cuando los icebergs están minados en su base por aguas más calientes o por reiterados
choques, su centro de gravedad asciende. Entonces vuelcan y se dan la vuelta. Eso es lo que