Page 264 - veinte mil leguas de viaje submarino
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equinoccio de septiem-bre por el horizonte septentrional, el sol había ido eleván-dose en
espirales alargadas hasta el 21 de diciembre. Desde ese día, solsticio de verano de las
regiones boreales, había ido descendiendo y ahora se disponía a lanzar sus últimos rayos.
Como le comunicara mis temores al capitán Nemo, éste me dijo:
Tiene usted razón, señor Aronnax. Si mañana no puedo obtener la altura del sol habrán de
transcurrir seis meses an-tes de poder intentarlo nuevamente Pero también es cierto que
precisamente porque el azar de la navegación me ha traído a estos mares el 21 de marzo
será mucho más fácil fi-jar la posición si el sol se nos muestra a mediodía.
¿Por qué, capitán?
Porque cuando el sol describe espirales tan alargadas es difícil medir exactamente su
altura en el horizonte y los ins-trumentos están expuestos a cometer graves errores.
¿Cómo procederá usted?
No emplearé más que mi cronómetro. Si mañana, 21 de marzo, a mediodía, el disco solar,
habida cuenta de la refrac-ción, se halla cortado exactamente por el horizonte del Nor-te,
estaré en el Polo Sur.
Así es, en efecto -dije . Sin embargo, su afirmación no es matemáticamente rigurosa,
porque el equinoccio no se produce necesariamente a mediodía.
Sin duda, señor, pero el error no llegará a ser ni de cien metros y eso es suficiente. Hasta
manana, pues.
El capitán Nemo regresó a bordo. Conseil y yo permane-cimos hasta las cinco recorriendo
la playa, observando y es-tudiando. No recogí ningún objeto curioso, hecha la salve-dad de
un huevo de pingüino, de un tamaño notable, por el que un aficionado habría pagado más
de mil francos. Su co-lor bayo ylas rayas y caracteres que a modo de jeroglíficos lo
decoraban hacían del huevo un raro objeto de adorno. Lo confié a las manos de Conseil y el
prudente mozo, el.de los pasos seguros, lo llevó intacto, como si se hubiera tratado de una
preciosa porcelana china, al Nautilus, donde lo deposité en una de las vitrinas del museo.
Cené aquel día con apetito un excelente trozo de hígado de foca cuyo gusto recordaba al de
la carne de cerdo. Me acosté luego, no sin antes haber invocado, como un hindú, los favores
del astro radiante.
Al día siguiente, 21 de marzo, subí a la plataforma a las cinco de la mañana y hallé al
capitán Nemo.
El tiempo se aclara un poco me dijo . Cabe la esperan-za. Después de desayunar
iremos a tierra para escoger un puesto de observación.