Page 262 - veinte mil leguas de viaje submarino
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En reposo y en tierra adoptaban posturas sumamente gra-ciosas. Por ello, los antiguos, al
                  observar su dulce fisonomía, la expresiva mirada de sus ojos límpidos y aterciopelados que
                  resiste la comparación con la más bella mirada de una mujer, sus encantadoras posturas, los
                  poetizaron a su mane-ra y metamorfosearon a los machos en tritones y a las hem-bras en
                  sirenas.

                  Hice observar a Conseil el considerable desarrollo de los lóbulos cerebrales en los
                  inteligentes cetáceos. Exceptuado el hombre, ningún mamífero tiene una materia cerebral
                  tan rica. Por ello, las focas son susceptibles de recibir una cierta educación; se las
                  domestica fácilmente, y yo creo, con algu-nos naturalistas, que convenientemente
                  amaestradas po-drían prestar grandes servicios como perros de pesca.

                  La mayor parte de las focas dormían sobre las rocas o so-bre la arena. Entre las focas
                  propiamente dichas que no tie-nen orejas externas  difieren en eso de las otarias, que
                  tie-nen las orejas salientes  observé algunas variedades de estenorrincos, de tres metros de
                  longitud, de pelo blanco, con cabezas de bull dogs, armados de diez dientes en cada
                  mandíbula, con cuatro incisivos arriba y abajo y dos grandes caninos recortados en forma
                  de flor de lis. Entre ellos había también elefantes marinos, especie de focas de trompa corta
                  y móvil, los gigantes de la especie, con una longitud de diez metros y una circunferencia de
                  veinte pies.

                  No hicieron ningún movimiento al acercarnos.

                   ¿No son animales peligrosos?  preguntó Conseil.

                   No, a menos que se les ataque. Cuando una foca defiende a sus pequeños su furor es
                  terrible y no es raro que acabe despedazando la embarcación de los pescadores.

                   Está en su derecho  replicó Conseil.

                   No digo que no.

                  Dos millas más lejos, nos vimos detenidos por el promon-torio que protegía a la bahía de
                  los vientos del Sur. El pro-montorio caía a pico sobre el mar y espumarajeaba bajo el
                  oleaje. Más allá resonaban unos formidables rugidos, como sólo una manada de rumiantes
                  hubiese podido producir.

                   ¿Qué es eso? ¿Un concierto de toros?  preguntó Conseil.

                   No, un concierto de morsas.

                   ¿Se baten?

                   Se baten o juegan.

                   Mal que le pese al señor, habría que ver eso.
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