Page 257 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Llegó la noche sin que ningún cambio hubiera alterado nuestra situación. Siempre el techo
                  de hielo, entre cuatro-cientos y quinientos metros de profundidad. Disminución evidente,
                  pero ¡qué espesor aún entre nosotros y la superfi-cie del océano!

                  Eran las ocho, y hacía ya cuatro horas que debería haberse renovado el aire en el interior
                  del Nautilus, según la diaria rutina de a bordo. No sufría yo demasiado, sin embargo,
                  aunque el capitán Nemo todavía no hubiese solicitado a sus depósitos un suplemento de
                  oxígeno.

                  Asaltado alternativamente por el temor y la esperanza, dormí mal aquella noche. Me
                  levanté varias veces. Las tenta-tivas del Nautilus continuaban. Hacia las tres de la mañana,
                  observé que la superficie inferior del banco de hielo se halla-ba solamente a cincuenta
                  metros de profundidad. Ciento cincuenta pies nos separaban entonces de la superficie del
                  agua. El banco iba convirtiéndose nuevamente en un ice-field y la montaña se tornaba en
                  una llanura.

                  Mis ojos no abandonaban el manómetro. Continuába-mos remontándonos, siguiendo, a lo
                  largo de la diagonal, la superficie resplandeciente del hielo que fulguraba bajo los rayos
                  eléctricos. El banco de hielo se adelgazaba de milla en milla por arriba y por abajo en
                  rampas alargadas.

                  A las seis de la mañana de aquel día memorable del 19 de marzo, se abrió la puerta del
                  salón y apareció el capitán Nemo.

                   El mar libre  me dijo.



                  14. El Polo Suir



                  M e precipité a la plataforma. ¡Sí! El mar libre. Apenas algunos témpanos dispersos y
                  algunos icebergs móviles. A lo lejos, un mar extenso; un mundo de pájaros en el aire;
                  miría-das de peces bajo las aguas que, según los fondos, variaban del azul intenso al verde
                  oliva.

                  El termómetro marcaba tres grados bajo cero. Era casi una primavera, encerrada tras el
                  banco de hielo cuyas masas lejanas se perfilaban en el horizonte del Norte.

                   ¿Estamos en el Polo?  pregunté al capitán, con el cora-zón palpitante.

                   Lo ignoro  me respondió . A mediodía fijaremos la po-sición.

                   ¿Cree que se mostrará el sol a través de esta bruma?  le pregunté, mirando al cielo
                  grisáceo.
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