Page 255 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Yo lo creo también, señor Aronnax. únicamente le haré la observación de que tras haber
                  expresado tantas objecio-nes contra mi proyecto es usted ahora quien me abruma con sus
                  argumentos a favor del mismo.

                  Así era. ¡Había llegado yo a superar al capitán Nemo en audacia! Era yo quien le arrastraba
                  hacia el Polo. Me adelan-taba a él y le distanciaba... Mas, ¡no, pobre loco! El capitán Nemo
                  sabía mejor que tú los pros y los contras de la cues-tión, y se divertía al verte arrebatado por
                  los sueños de lo im-posible.

                  Entre tanto, no había perdido él un momento. A una señal suya, apareció el segundo. Los
                  dos hombres conversaron rá-pidamente en su incomprensible lengua, y fuera porque el
                  se-gundo hubiese sido puesto ya en antecedentes o bien porque hallase practicable el
                  proyecto, no manifestó sorpresa algu-na. Pero por impasible que se mostrara no lo fue más
                  que Conseil cuando le anuncié nuestra intención de ir hasta el Polo Sur. Un «como el señor
                  guste» acogió mi comunicación y eso fue todo. En cuanto a Ned Land, nadie se alzó jamás
                  de hombros con tanta expresividad como el canadiense.

                   Mire, señor  me dijo , me dan lástima usted y su capi-tán Nemo.

                   Pero iremos al Polo, Ned.

                   Posible, pero no volverán.

                  Y tras decir esto, Ned Land se fue a su camarote para evi-tar «desahogarse haciendo una
                  barrabasada», me dijo al salir.

                  Los preparativos de la audaz empresa habían comenzado ya. Las potentes bombas del
                  Nautilus almacenaban el aire en los depósitos a muy alta presión. Hacia las cuatro, el
                  ca-pitán Nemo me anunció que iban a cerrarse las escotillas. Miré por última vez la espesa
                  masa de hielo que íbamos a franquear. El tiempo estaba sereno, la atmósfera bastante pura.
                  El frío era vivo, doce grados bajo cero, pero como el viento se había calmado, la
                  temperatura no era demasiado insoportable.

                  Una docena de hombres subieron a los flancos del Nauti-lus y, armados de picos,
                  rompieron el hielo en torno a su ca-rena. La operación se realizó con rapidez, ya que la
                  capa de hielo recién formada no era muy gruesa todavía.

                  Todos penetramos en el interior. Los depósitos se llena-ron del agua que la flotación había
                  mantenido libre. El Nau-tilus comenzó a descender.

                  Me instalé en el salón junto a Conseil. Por el cristal veía-mos las capas inferiores del
                  océano austral. El termómetro iba subiendo. La aguja del manómetro se desviaba sobre el
                  cuadrante.

                  A unos trescientos metros, tal y como había previsto el ca-pitán Nemo, flotábamos ya bajo
                  la superficie ondulada de la banca de hielo. Pero el Nautílus se sumergió aún más hasta
                  alcanzar una profundidad de ochocientos metros. A esa profundidad, la temperatura del
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