Page 250 - veinte mil leguas de viaje submarino
P. 250

Hacia adelante  respondía Conseil . Después de todo, ya parará cuando no pueda ir más
                  lejos.

                   No me atrevería yo a jurarlo.

                  Y debo confesar, a fuerza de franqueza, que no me disgus-taba tan aventurada excursión.
                  La belleza de esas regiones nuevas me maravillaba hasta lo indecible. Los hielos cobra-ban
                  formas soberbias. Aquí, su conjunto tomaba el aspecto de una ciudad oriental con sus
                  alminares y sus innumerables mezquitas. Allá, una ciudad derruida como si hubiera sido
                  abatida por una convulsión del suelo. Aspectos incesante-mente variados por los oblicuos
                  rayos del sol, o perdidos en las brumas grises en medio de los vendavales de nieve. Y por
                  todas partes formidables detonaciones, desmoronamientos y derrumbamientos de icebergs
                  que cambiaban el decorado como el paisaje de un diorama.

                  Cuando esas rupturas se producían en momentos en que el Nautilus estaba sumergido, se
                  propagaba el ruido bajo el agua con una espantosa intensidad a la vez que el
                  derrumba-miento de las masas de hielos creaba temibles remolinos hasta en las capas
                  profundas del océano. En esos momentos el Nautilus se balanceaba y cabeceaba como un
                  barco aban-donado a la furia de los elementos.

                  A menudo, al no ver ya salidas por ninguna parte, pensa-ba yo que estábamos
                  definitivamente apresados, pero el ca-pitán Nemo, dejándose guiar por su instinto ante el
                  más li-gero indicio, continuaba descubriendo pasos nuevos. jamás se equivocaba al
                  observar los delgados regueros de agua azulada que surcaban los témpanos. Por ello no
                  dudaba yo de que hubiese aventurado con anterioridad al Nautilus por los mares antárticos.

                  Sin embargo, aquel mismo día, 16 de marzo, el hielo nos cerró absolutamente el camino.
                  No era todavía la gran ban-ca, sino vastos ice fields cimentados por el frío. Ese obstácu-lo
                  no podía detener al capitán Nemo, quien se lanzó contra él con una tremenda violencia. El
                  Nautilus entraba como un hacha en la masa friable y la dividía entre estallidos terribles. Era
                  el antiguo ariete propulsado por una potencia infinita. Los trozos de hielo, proyectados a
                  gran altura, recaían en granizada sobre nosotros. Por su sola fuerza de impulsión, nuestro
                  aparato se abría un canal. A veces, arrastrado por su impulso, subía sobre el campo de hielo
                  y lo aplastaba con su peso, o, en algunos momentos, incrustado bajo el ice field lo dividía
                  por un simple movimiento de cabeceo que producía grandes chasquidos.

                  Violentos chubascos nos asaltaron aquellos días, en los que las brumas eran tan espesas que
                  no hubiéramos podido vernos de un extremo a otro de la plataforma. El viento sal-taba
                  bruscamente de rumbo. La nieve se acumulaba en ca-pas tan duras que había que romperla
                  a golpes de pico. So-metidas a una temperatura de cinco grados bajo cero, todas las partes
                  exteriores del Nautilus se recubrían de hielo. Im-posible hubiera sido allí maniobrar todo
                  aparejo, pues los extremos de los cabos se habrían quedado prendidos en la garganta de las
                  poleas. Tan sólo un navío sin velas y movido por un motor eléctrico podía afrontar tan altas
                  latitudes.

                  En tales condiciones, el barómetro se mantuvo general-mente muy bajo y llegó a caer
                  incluso hasta 73 cms. Ningu-na garantía ofrecían ya las indicaciones de la brújula.
   245   246   247   248   249   250   251   252   253   254   255