Page 249 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Iban aumentando en número y en tamaño aquellas islas flotantes a medida que
                  avanzábamos hacia el Sur. Los pája-ros polares anidaban en ellas por millares. Eran
                  procelarias o petreles, que nos ensordecían con sus gritos. Algunas to-maban el Nautilus
                  por el cadáver de una ballena y se posa-ban en él y lo picoteaban sonoramente.

                  El capitán Nemo se mantuvo a menudo sobre la platafor-ma mientras duró la navegación
                  entre los hielos, en atenta observación de aquellos parajes abandonados. A veces veía yo
                  animarse su tranquila mirada. ¿Se decía acaso a sí mismo que en esos mares polares
                  prohibidos al hombre se hallaba él en sus dominios, dueño de los infranqueables espacios?
                  Tal vez. En todo caso, no hablaba. Permanecía inmóvil hasta que el instinto del piloto que
                  había en él le reclamaba. Diri-gía entonces el Nautilus con una pericia consumada; evitaba
                  con habilidad los choques con las grandes masas de hielo, al-gunas de las cuales medían
                  varias millas de longitud y de se-tenta a ochenta metros de altura. Con frecuencia el
                  horizon-te parecía enteramente cerrado. A la altura de los sesenta grados de latitud, todo
                  paso había desaparecido. Pero en su búsqueda cuidadosa no tardaba el capitán Nemo en
                  hallar alguna estrecha apertura por la que se metía audazmente, a sabiendas, sin embargo,
                  de que habría de cerrarse tras él.

                  Así fue como el Nautilus, guiado por tan hábil piloto, dejó tras de sí aquellos hielos,
                  clasificados, según su forma o su tamaño, con una precisión que encantaba a Conseil, en:
                  icebergs o montañas; ice fields o campos unidos y sin límites; drift ices o hielos
                  flotantes; packs o campos rotos, llamados palchs cuando son circulares, y streams cuando
                  están forma-dos por bloques alargados.

                  La temperatura era ya bastante baja. El termómetro, ex-puesto al aire exterior, marcaba dos
                  o tres grados bajo cero. Pero estábamos bien abrigados con pieles obtenidas a ex-pensas de
                  las focas y de los osos marinos. El interior del Nau-tilus, regularmente caldeado por sus
                  aparatos eléctricos, de-safiaba a las más bajas temperaturas. Por otra parte, bastaba que se
                  sumergiera unos cuantos metros para hallar una tem-peratura soportable.

                  Dos meses antes, habríamos podido gozar en esas latitu-des de un día sin fin, pero ya la
                  noche se adueñaba durante tres o cuatro horas del tiempo, anticipando la sombra que
                  durante seis meses debía echar sobre aquellas regiones cir-cumpolares.

                  El día quince de marzo sobrepasamos la latitud de las islas New Shetland y Orkney del
                  Sur. El capitán me informó de que en otro tiempo numerosas colonias de focas habitaron
                  aquellas tierras, pero los balleneros ingleses y americanos, en su furia destructora, con la
                  matanza de los animales adultos y de las hembras preñadas, dejaron tras ellos el silencio de
                  la muerte donde había reinado la animación de la vida.

                  El 16 de marzo, hacia las ocho de la mañana, el Nautilus, en su marcha por el meridiano
                  cincuenta y cinco, franqueó el Círculo Polar Antártico. Los hielos nos rodeaban por to-das
                  partes y cerraban el horizonte. Pero el capitán Nemo continuaba su marcha de paso en paso.

                   Pero ¿adónde va?  preguntaba yo.
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