Page 256 - veinte mil leguas de viaje submarino
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agua, de doce grados en la superficie, no acusaba ya más que diez. Se habían ganado dos
grados. Obvio es decir que la temperatura del Nautilus, elevada por sus aparatos de
calefacción, se mantenía a una graduación muy superior. Todas las maniobras iban
reali-zándose con una extraordinaria precisión.
Pasaremos dijo Conseil.
-Estoy seguro de ello respondí con una profunda con-vicción.
Bajo el mar libre, el Nautilus tomó directamente el cami-no del Polo, sin apartarse del
quincuagésimo segundo meri-diano. De los 670 30' a los 900 había veintidós grados y
me-dio de latitud por recorrer, es decir, poco más de quinientas leguas. El Nautilus cobró
una velocidad media de veintiséis millas por hora -la velocidad de un tren expreso que, de
mantenerla, fijaba en cuarenta horas el tiempo necesario para alcanzar el Polo.
La novedad de la situación nos retuvo a Conseil y a mí du-rante una buena parte de la
noche ante el observatorio del salón. La irradiación eléctrica del fanal iluminaba el mar, que
aparecía desierto. Los peces no permanecían en aquellas aguas prisioneras, en las que no
hallaban más que un paso para ir del océano Antártico al mar libre del Polo. Nuestra
marcha era rápida y así se hacía sentir en los estremecimien-tos del largo casco de acero.
Hacia las dos de la mañana me fui a tomar unas horas de descanso. Conseil me imitó. No
encontré al capitán Nemo al recorrer los pasillos y supuse que debía hallarse en la cabina
del timonel.
Al día siguiente, 19 de marzo, a las cinco de la mañana, me aposté de nuevo en el salón. La
corredera eléctrica me indicó que la velocidad del Nautilus había sido reducida. Subía a la
superficie, pero con prudencia, vaciando lentamente sus de-pósitos.
Me latía con fuerza el corazón ante la incertidumbre de si podríamos salir a la superficie y
hallar la atmósfera libre del Polo. Pero no. Un choque me indicó que el Nautilus había
golpeado la superficie inferior del banco de hielo, aún muy espeso a juzgar por el sordo
ruido que produjo. En efecto, habíamos «tocado», por emplear la expresión marina, pero al
revés y a mil pies de profundidad, lo que suponía unos dos mil pies de hielo por encima de
nosotros, mil de los cuales fuera del agua. Era poco tranquilizador comprobar que la banca
de hielo presentaba una altura superior a la que había-mos estimado en sus bordes.
Durante aquel día, el Nautilus repitió varias veces la ten-tativa de salir a flote sin otro
resultado que el de chocar con la muralla que tenía encima como un techo. En algunos
mo-mentos, la encontró a novecientos metros, lo que acusaba mil doscientos metros de
espesor doscientos de los cuales se elevaban por encima de la superficie del océano. Era el
doble de la altura que habíamos estimado en el momento en el que el Nautilus se había
sumergido.
Anoté cuidadosamente las diversas profundidades y ob-tuve así el perfil submarino de la
cordillera que se extendía bajo las aguas.