Page 79 - veinte mil leguas de viaje submarino
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No había acabado Ned Land de pronunciar estas últimas palabras, cuando súbitamente se
hizo la oscuridad, una os-curidad absoluta. El techo luminoso se apagó, y tan rápida-mente
que mis ojos sintieron una sensación dolorosa, análo-ga a la que produce el paso contrario
de las profundas tinieblas a la luz más brillante.
Nos habíamos quedado mudos e inmóviles, no sabiendo qué sorpresa, agradable o
desagradable, Os esperaba. Se oyó algo así como un objeto que se deslizara. Se hubiera
di-cho que se maniobraba algo en los flancos del Nautilus.
Es el fin del final dijo Ned Land.
Orden de las hidromedusas se oyó decir a Conseil.
Súbitamente, se hizo la luz a ambos lados del salón, a tra-vés de dos aberturas oblongas.
Las masas líquidas aparecie-ron vivamente iluminadas por la irradiación eléctrica. Dos
placas de cristal nos separaban del mar. Me estremeció la idea de que pudiera romperse tan
frágil pared. Pero fuertes armaduras de cobre la mantenían y le daban una resistencia casi
infinita.
El mar era perfectamente visible en un radio de una milla en torno al Nautilus. ¡Qué
espectáculo! ¿Qué pluma podría describirlo? ¿Quién podría pintar los efectos de la luz a
tra-vés de esas aguas transparentes y la suavidad de sus sucesi-vas degradaciones hasta las
capas inferiores y superiores del océano?
Conocida es la diafanidad del mar. Sabido es que su lim-pidez es aún mayor que la de las
aguas de roca. Las sustancias minerales y orgánicas que mantiene en suspensión au-mentan
incluso su transparencia. En algunas partes del océa-no, en las Antillas, ciento cuarenta y
cinco metros de agua dejan ver el lecho de arena con una sorprendente nitidez y la fuerza
de penetración de los rayos solares no parece dete-nerse sino hasta una profundidad de
trescientos metros. Pero en el medio fluido que recorría el Nautilus el resplandor eléctrico
se producía en el seno mismo del agua, que no era ya agua luminosa sino luz líquida.
Si se admite la hipótesis de Erhemberg, que cree en una iluminación fosforescente de los
fondos submarinos, la na-turaleza ha reservado ciertamente a los habitantes del mar uno de
sus más prodigiosos espectáculos, del que yo podía juzgar por los mil juegos de aquella luz.
A cada lado tenía una ventana abierta sobre aquellos abismos inexplorados. La oscuridad
del salón realzaba la claridad exterior, y noso-tros mirábamos como si el puro cristal
hubiera sido el de un inmenso acuario.
El Nautilus parecía inmóvil. La causa de ello era que falta-ban los puntos de referencia. A
veces, sin embargo, las líneas de agua, divididas por su espolón, huían ante nosotros con
gran rapidez.
Maravillados, con los codos apoyados en las vitrinas, per-manecíamos silenciosos, en un
silencio que expresaba elo-cuentemente nuestra estupefacción. Conseil rompió el silen-cio,
diciendo: