Page 78 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Ned Land y Conseil aparecieron en la puerta del salón. Mis dos bravos compañeros se
                  quedaron petrificados a la vista de las maravillas acumuladas ante sus ojos.

                   ¿Dónde estamos? ¿Dónde estamos?  exclamó el cana-diense . ¿En el museo de
                  Quebec?

                   Yo diría más bien que nos hallamos en el palacio del Sommerard  dijo Conseil.

                  -Amigos míos  les dije, tras indicarles que entraran , no están ni en Canadá ni en Francia,
                  sino a bordo del Nautilus y a cincuenta metros por debajo del nivel del mar.

                   Habrá que creerle al señor, puesto que así lo afirma  re-plicó Conseil , pero
                  francamente este salón está hecho para sorprender hasta a un flamenco como yo.

                   Asómbrate, amigo mío, y mira, pues para un clasifica-dor como tú hay aquí materia de
                  ocupación.

                  Innecesario era estimular en este punto a Conseil. El buen muchacho, inclinado sobre las
                  vitrinas, murmuraba ya las palabras del idioma de los naturalistas: clase de los
                  gasteró-podos, familia de los bucínidos, género de las Porcelanas, es-pecie de los Cyproea
                  Madagascariensis...

                  Mientras así murmuraba Conseil, Ned Land, poco con-quiliólogo él, me interrogaba acerca
                  de mi entrevista con el capitán Nemo. ¿Había podido descubrir yo quién era, de dónde
                  venía, adónde iba, hacia qué profundidades nos arrastraba? Me hacía así mil preguntas, sin
                  darme tiempo a responderle.

                  Le informé de todo lo que sabía, o más bien de todo lo que no sabía, y le pregunté qué era
                  lo que, por su parte, había oído y visto.

                   No he visto ni he oído nada  respondió el canadiense . Ni tan siquiera he podido ver a
                  la tripulación del barco. ¿Acaso sus tripulantes serán también eléctricos?

                   ¿Eléctricos?

                   A fe mía, que así podría creerse. Pero usted, señor Aron-nax  me preguntó Ned Land,
                  obseso con su idea , ¿no pue-de decirme cuántos hombres hay a bordo? ¿Diez, veinte,
                  cin-cuenta, cien?

                   No puedo decírselo, Ned. Pero, créame, abandone por el momento la idea de apoderarse
                  del Nautilus o de huir de él. Este barco es una obra maestra de la industria moderna y yo
                  lamentaría no haberlo visto. Son muchos los que acep-tarían de buen grado nuestra
                  situación, aunque no fuese más que por contemplar estas maravillas. Así que mantén-gase
                  tranquilo, y tratemos de ver lo que pasa en torno nues-tro.

                   ¿Ver?  dijo el arponero . ¡Pero si no se ve nada! ¡Si no puede verse nada en esta prisión
                  de acero! Navegamos como ciegos...
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