Page 77 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Treinta y siete grados y quince minutos de longitud al oeste del meridiano de París, y
                  treinta grados y siete minu-tos de latitud Norte, es decir, a unas trescientas millas de las
                  costas del Japón. Hoy es 8 de noviembre, a mediodía, y aquí y ahora comienza nuestro
                  viaje de exploración bajo las aguas.

                   Que Dios nos guarde  respondí.

                   Y ahora, señor profesor, le dejo con sus estudios. He dado la orden de seguir rumbo al
                  Nordeste, a cincuenta me-tros de profundidad. Aquí tiene usted mapas en los que po-drá
                  seguir nuestra derrota. Este salón está a su disposición. Y ahora, con su permiso, voy a
                  retirarme.

                  El capitán Nemo se despidió y me dejó solo, absorto en mis pensamientos, que se centraban
                  exclusivamente en el comandante del Nautilus. ¿Llegaría a saber alguna vez a qué nación
                  pertenecía aquel hombre extraño que se jactaba de no pertenecer a ninguna? ¿Quién o qué
                  había podido provo-car ese odio que profesaba a la humanidad, ese odio que buscaba tal
                  vez terribles venganzas? ¿Era uno de esos sabios desconocidos, uno de esos genios
                  «víctimas del desprecio y de la humillación», según la expresión de Conseil, un Gali-leo
                  moderno, o bien uno de esos hombres de ciencia como el americano Maury cuya carrera ha
                  sido rota por revolucio-nes políticas? No podía yo decirlo. El azar me había llevado a bordo
                  de su barco, y puesto mi vida entre sus manos. Me ha-bía acogido fría pero
                  hospitalariamente. Pero aún no había estrechado la mano que yo le tendía ni me había
                  ofrecido la suya.

                  Permanecí durante una hora sumido en tales reflexiones, procurando esclarecer aquel
                  misterio de tanto interés para mí. Me sustraje a estos pensamientos y observé el gran
                  planisferio que se hallaba extendido sobre la mesa. Mi dedo ín-dice se posó en el punto en
                  que se entrecruzaban la longitud y la latitud fijadas.

                  El mar tiene sus ríos, como los continentes. Son corrien-tes especiales, reconocibles por su
                  temperatura y su color, entre las que la más notable es conocida con el nombre de Gulf
                  Stream. La ciencia ha determinado sobre el globo la di-rección de las cinco corrientes
                  principales: una en el Atlán-tico Norte, otra en el Atlántico Sur, una tercera en el Pacífico
                  Norte, otra en el Pacifico Sur y la quinta en el sur del Indico. Es probable que una sexta
                  corriente existiera en otro tiempo en el norte del Indico, cuando los mares Caspio y Aral,
                  uni-dos a los grandes lagos de Asia, formaban una sola extensión deagua.

                  En el punto que señalaba mi dedo en el planisferio se de-sarrollaba una de estas corrientes
                  la del Kuro Sivo de los ja-poneses[L10] , el río Negro, que sale dei golfo de Bengala
                  donde le calientan los rayos perpendiculares do sol de los trópicos, atraviesa el estrecho de
                  Malaca, sube por las costas de Asia, y se desvía en el Pacífico Norte hacia las Aleutianas,
                  arras-trando troncos de alcanforeros y tros productos indígenas, y destacándose entre las
                  olas del océano por el puro color añil de sus aguas calientes. Esta corriente es la que el
                  Nautí-lus iba a recorrer. Yo la seguía con la mirada, la veía perderse en la inmensidad del
                  Pacífico y me sentía arrastrado con ella.
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