Page 85 - veinte mil leguas de viaje submarino
P. 85

Al día siguiente, 10 de noviembre, se nos mantuvo en el mismo abandono, en la misma
                  soledad. No vi a nadie de la tripulación. Ned y Conseil pasaron la mayor parte del día
                  conmigo, desconcertados ante la inexplicable ausencia del capitán. ¿Se hallaría enfermo
                  aquel hombre singular? ¿O tal vez se proponía modificar sus proyectos respecto a
                  noso-tros?

                  Después de todo, como observó Conseil, gozábamos de una entera libertad y se nos tenía
                  abundante y delicadamen-te alimentados. Nuestro huésped se había atenido hasta en-tonces
                  a los términos de lo estipulado, y no podíamos que-jarnos. Además, la singularidad de
                  nuestro destino nos reservaba tan hermosas compensaciones que no teníamos derecho a
                  reprocharle nada.

                  Fue aquel mismo día cuando comencé a escribir el diario de estas aventuras. Esto es lo que
                  me ha permitido narrarlas con una escrupulosa exactitud. Como detalle curioso, diré que
                  escribí este diario en un papel fabricado con zostera ma-rina.

                  En la madrugada del 11 de noviembre, la expansión del aire fresco por el interior del
                  Nautilus me reveló que había-mos emergido a la superficie del océano para renovar la
                  pro-visión de oxígeno. Me dirigí a la escalerilla central y subí a la plataforma.

                  Eran las seis de la mañana. El cielo estaba cubierto y el mar gris, pero en calma, apenas
                  mecido por el oleaje. Tenía la esperanza de encontrarme allí con el capitán Nemo, pero
                  ¿vendría? Vi únicamente al timonel, encerrado en su jaula de vidrio.

                  Sentado en el saliente que formaba el casco del bote, aspi-ré con delicia las emanaciones
                  salinas. Poco a poco, la bruma iba disipándose bajo la acción de los rayos solares. El astro
                  radiante se elevaba en el horizonte. El mar se inflamó bajo su mirada como un reguero de
                  pólvora. Esparcidas por el cielo, las nubes se colorearon de tonos vivos y Henos de matices,
                  y numerosas «lenguas de gato»[L11]  anunciaron viento para todo el día.

                  Pero ¿qué podría importar el viento al Nautilus, insensi-ble a las tempestades?

                  Contemplaba, admirado, aquella salida del sol, tan jubilo-sa como vivificante, cuando oí a
                  alguien subir hacia la plata-forma.

                  Me dispuse a saludar al capitán Nemo, pero fue su segun-do  al que ya había visto yo
                  durante la primera visita del ca-pitán  quien apareció.

                  Avanzó sobre la plataforma, sin parecer darse cuenta de mi presencia. Con su poderoso
                  anteojo, el hombre escrutó todos los puntos del horizonte con una extremada atención.
                  Acabado su examen, se acercó a la escotilla y pronunció esta frase cuyos términos recuerdo
                  con exactitud por haberla oído muchas veces en condiciones idénticas:



                  Nautron respoc lorni virch
   80   81   82   83   84   85   86   87   88   89   90