Page 88 - veinte mil leguas de viaje submarino
        P. 88
     ¿Bosques submarinos?
                   Sí, señor profesor.
                   ¿Y es a ellos a los que me invita a seguirle?
                   Precisamente.
                   ¿A pie?
                   En efecto.
                   ¿Para cazar?
                   Para cazar.
                   ¿Escopeta en mano?
                   Escopeta en mano.
                  No pude entonces dejar de mirar al comandante del Nau-tilus de un modo poco halagüeño
                  para su persona.
                  «Decididamente  pensé , está mal de la cabeza. Ha debi-do sufrir durante estos ocho días
                  un acceso que aún le dura. ¡Qué lástima! Preferiría habérmelas con un extravagante que con
                  un loco.»
                  Debían leerse claramente en mi rostro tales pensamien-tos, pero el capitán Nemo se limitó a
                  invitarme a seguirle, lo que hice como un hombre resignado a todo.
                  Llegamos al comedor, donde hallamos servido ya el desayuno.
                   Señor Aronnax  me dijo el capitán , le ruego que com-parta conmigo sin ceremonia
                  este almuerzo. Hablaremos mientras comemos. Le he prometido un paseo por el bos-que,
                  pero no puedo comprometerme a encontrar un restau-rante por el camino. Así que coma
                  usted, teniendo en cuenta que la próxima colación vendrá con algún retraso.
                  Hice honor a la comida que tenía ante mí, compuesta de diversos pescados y de rodajas de
                  holoturias, excelentes zoó-fitos, con una guarnición de algas muy aperitivas, tales como la
                  Porphyria laciniata y la Laurentia primafetida. Te-níamos por bebida un agua muy límpida
                  a la que, tomando ejemplo del capitán, añadí algunas gotas de un licor fermen-tado,
                  extraído, a usanza kamchatkiana, del alga conocida con el nombre de Rodimenia palmeada.
                  El capitán Nemo comió durante algún tiempo en silencio. Luego, dijo:
                   Señor profesor, al proponerle ir de caza a mis bosques de Crespo, ha pensado usted
                  hallarme en contradicción conmi-go mismo. Al informarle de que se trata de bosques





