Page 87 - veinte mil leguas de viaje submarino
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Pues bien, hay que aceptar la invitación  dijo el cana-diense . Una vez en tierra firme,
                  veremos qué podemos ha-cer. Por otra parte, no nos vendrá mal comer un poco de car-ne
                  fresca.

                  Sin pararme a pensar en la contradicción existente entre el horror manifiesto del capitán
                  Nemo por los continentes y las islas, y su invitación a una cacería en un bosque, dije a mis
                  compañeros:

                   Veamos ante todo dónde está y cómo es esa isla Crespo.

                  Consulté el planisferio y a los 320 40' de latitud Norte y 1670 50'de longitud Oeste hallé un
                  islote que fue descubier-to en 1801 por el capitán Crespo y al que los antiguos mapas
                  españoles denominaban como Roca de la Plata. Nos hallá-bamos, pues, a unas mil
                  ochocientas millas de nuestro pun-to de partida. La dirección del Nautilus, ligeramente
                  modi-ficada, le llevaba hacia el Sudeste.

                  Mostré a mis compañeros aquella pequeña roca perdida en medio del Pacífico
                  septentrional.

                   Si el capitán Nemo va de vez en cuando a tierra  les dije , escoge para ello islas
                  absolutamente desiertas.

                  Ned Land movió la cabeza por toda respuesta, antes de salir con Conseil.

                  Aquella noche, tras dar cuenta de la cena, que me fue ser-vida por el steward mudo e
                  impasible, me dormí no sin algu-na preocupación.

                  Al despertarme al día siguiente, 17 de noviembre, sentí que el Nautilus se hallaba
                  absolutamente inmóvil. Me ves-tí rápidamente y fui al gran salón. Allí estaba el capitán
                  Nemo, esperándome. Se levantó, me saludó y me preguntó si estaba dispuesto a
                  acompañarle.

                  Como no hizo la menor alusión a su ausencia durante aquellos ocho días, yo me abstuve de
                  todo comentario al res-pecto, limitándome a decirle simplemente que tanto yo como mis
                  compañeros estábamos dispuestos a seguirle.

                   Tan sólo  añadí  desearía hacerle una pregunta.

                   Pregunte, señor Aronnax, que si puedo darle respuesta lo haré con mucho gusto.

                   Pues bien, capitán, ¿cómo es posible que usted, que ha roto toda relación con la tierra,
                  posea bosques en la isla Crespo?

                   Señor profesor, los bosques de mis posesiones no piden al sol ni su luz ni su calor. Ni
                  leones, ni tigres, ni panteras, ni ningún cuadrúpedo los frecuentan. Sólo yo los conozco y
                  sólo para mí crece su vegetación. No son bosques terrestres, son bosques submarinos.
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