Page 144 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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FRAY LORENZO. Apartémonos de esta lúgubre, mortal escena, y os lo contaré todo. Si
                  en lo presente ha ocurrido desgracia por mi falta, que mi vieja existencia, algunas horas
                  antes de su plazo, sea sacrificada al rigor de las leyes más severas.

                     PRÍNCIPE. Siempre te hemos tenido por un santo varón. -Que el criado de Romeo y
                  este paje nos sigan. Vamos a salir y a informarnos bien de este triste desastre. -Prudentes
                  demasiado tarde, lamentad al presente, ancianos, las trágicas consecuencias de vuestros
                  mutuos odios. ¡Cuántas desgracias terribles ocasionan las discordias privadas! Sea la causa
                  cualquiera, el inevitable efecto es una calamidad.

                  (Retíranse todos.)





                  Tercera historia trágica
                  Tomada de las obras italianas de Bandello y puesta en francés por Pedro Boisteau,
                  conocido por Launay

                  DE DOS AMANTES QUE MURIERON EL UNO DE VENENO Y EL OTRO DE
                  TRISTEZA.

                     Durante la época en que el señor de la Escala gobernaba a Verona había en la ciudad dos
                  familias, que se distinguían sobre las demás por razón de su lustre y riquezas, una de las
                  cuales se apellidaba de los Montescos y la otra de los Capuletos; mas entre ambas casas,
                  como siempre acontece respecto de los que se hallan en un idéntico grado de honor, se
                  levantó cierta enemistad que, si bien ligera y bastante mal fundada, fue tomando cuerpo con
                  los años, hasta el extremo de ocasionar tramas que acabaron con la vida de muchos. El Sr.
                  Bartolomé de la Escala, viendo tal desorden en su república, trató por cuantos medios
                  estaban en su mano de reducir y conciliar los opuestos partidos; pero todo fue en vano: el
                  rencor de aquéllos se había hecho tan fuerte que nada podía ya obrar la prudencia ni el
                  consejo. Preciso fue, pues, dejar en esta lucha a las dos casas, y aguardar una oportunidad
                  más propicia para poner fin a tales reyertas.

                     Mientras se pasaban así las cosas, uno de los Montescos, que se llamaba Romeo, de
                  edad de veinte a veintiún años, el más bello y más apuesto hidalgo de toda la juventud de
                  Verona, se enamoró de cierta noble doncella del mismo punto, y en pocos días se dejó
                  arrastrar tanto de sus gracias que, olvidándose de todo, dedicó a ella exclusivamente sus
                  atenciones, remitiéndola al efecto cartas, mensajes y presentes continuos. Determinado al
                  fin a confiarle sin reserva sus sentimientos, hízolo en la primera ocasión; pero la doncella,
                  educada en los más rectos principios de virtud, contestó de un modo tal a sus declaraciones
                  y puso semejante coto a sus vehementes afectos, que acabó con toda futura esperanza, sin
                  hacer gracia de una sola mirada. Sin embargo, cuanto más esquiva la contemplaba el joven,
                  más crecía su ardor, y por esto, después de haber continuado así por algunos meses, sin
                  poder reprimir ni hallar remedio a su pasión, determinó al fin salir de Verona, en la idea de
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