Page 149 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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palabra empeñada hasta que Dios me permita mostrarlo con la evidencia. Para dar, pues,
comienzo al asunto, ir mañana a consultar con Fray Lorenzo, quien, no sólo es mi padre
espiritual, sino mi consultor ordinario en negocios de interés privado, y tan pronto como le
hable (si no lo lleváis a mal) acudiré a este propio sitio y a idéntica hora, a fin de instruiros
de nuestros planes.
Y esto dicho y convenido, se apartaron los dos amantes sin que Romeo, a excepción del
consentimiento prestado, hubiera alcanzado otro favor.
Fray Lorenzo, de quien más adelante se hará amplia mención, era un antiguo doctor en
teología, de la orden de religiosos menores, el que además de su vasta instrucción canónica
era muy versado en filosofía, escudriñador profundo de los secretos de la naturaleza, y
hasta tenido, en tal concepto; como inteligente en materias de magia y en otras ciencias
reservadas, lo que en nada realmente atacaba su reputación. Y se había, por su discreto
proceder y sus bondades, tan bien ganado la voluntad de los ciudadanos de Verona, que era
casi el único confesor de ellos. Chicos y grandes le reverenciaban y querían, los altos
magnates le pedían su voto en las circunstancias difíciles y le dispensaban entero favor,
especialmente el señor de la Escala y las familias de los Montescos y los Capuletos.
El joven Romeo, según queda dicho, desde su más tierna edad profesaba una gran
afección a Fray Lorenzo y le hacía depositario de sus menores secretos; así es que, tan
pronto como dejó a Julieta, se fue derecho a San Francisco y puso en noticia del buen padre
cuanto pasado y convenido había, añadiéndole, por conclusión, que, antes de faltar a su
promesa, se hallaba dispuesto a elegir una muerte vergonzosa. Enterado el digno religioso,
hizo al joven cuantas observaciones el caso requería exhortándole a pensar con más
detenimiento; mas vencido por su pertinacia y, por otro lado, halagando la idea de que el tal
matrimonio pudiera quizás concluir la desunión de las dos familias, accedió al fin a sus
instancias bajo condición de tomarse un día para convenir el medio de llevarlo a cabo.
Mientras así obraba Romeo, Julieta, por su parte, no se descuidaba, y como, a excepción
de su nodriza que en clase de camarera la acompañaba de continuo, no tenía otra persona a
quien abrir su corazón, confió a la expuesta todo su secreto, viniendo al fin a alcanzar que
le prometiese su ayuda y fuese a inquirir de Romeo lo convenido entre él y Fray Lorenzo.
El enamorado joven, que otra cosa no deseaba, la informó al instante de lo resuelto; díjola
que el padre había remitido para el día en que estaban la decisión del caso; que, en
consecuencia de ello, hacía apenas una hora acababa de verle, y que el proyecto era, en
resumen, que la joven pidiese permiso a su familia para ir a confesar el sábado próximo a
cierta capilla de la iglesia de San Francisco, donde debía quedar secretamente celebrado su
matrimonio.
Instruida Julieta de todo, se condujo con tal discreción que alcanzó el permiso de su
madre, y sólo acompañada de la nodriza y de una joven amiga suya se fue a la iglesia el día
convenido, haciendo avisar su llegada a Fray Lorenzo. Éste, que se hallaba a la sazón en el
confesonario, vino al instante en su busca, y bajo pretexto de confesarla se la llevó a su
celda, donde estaba Romeo. Una vez allí, cerró tras sí la puerta y dijo a la doncella: