Page 153 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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-¡Ah! Lengua que matas el honor ajeno, ¿cómo osas infamar al que rinden elogios los
propios enemigos? ¿Cómo insultas a Romeo, a quien nadie defiende? ¿Qué refugio tendrá
en lo adelante, cuando la que ser debiera su único amparo le persigue y le disfama? ¡Oh,
Romeo, recibe, como expiación de mi ingratitud, el sacrificio que estoy pronta a hacerte de
mi propia vida; así se ostentará evidente la falta que he cometido contra la lealtad, así serás
vengado y yo castigada!
Y tratando de continuar su discurso, perdió las fuerzas, viniendo a quedar como muerta.
Mientras Julieta se entregaba de tal suerte a su dolor, la buena nodriza, inquieta de su
larga ausencia y recelosa de lo mucho que sufría, la buscaba sin descanso por todo el
palacio de su padre, hasta que, habiendo penetrado al fin en el aposento de la joven, la halló
tendida en su lecho, yerta y rígida como un cadáver. Creyéndola muerta al principio,
comenzó a gritar fuera de sí; mas notando en breve que respiraba, llamándola
repetidamente, la hizo volver de su éxtasis. Esto alcanzado, la dijo:
-No sé en verdad por qué obráis de este modo, ni por qué os dais a tan inmoderada
tristeza. Viéndoos ha poco, he pensado morir.
-¡Ah! Mi excelente amiga -contestó la desolada Julieta-, debéis fácilmente comprender
con cuán justa razón me lamento, pues que he perdido en un segundo los dos seres que me
eran más caros.
-Paréceme -replicó la buena anciana-, que, tomando en cuenta vuestra honra, obráis mal
llegando a tal extremo, porque en la hora del conflicto debe predominar la prudencia.
¿Pueden acaso nuestras lágrimas volver la vida al señor Tybal? Su temeridad excesiva es
solo la causa del accidente. ¿Hubiérais querido que Romeo, haciendo afrenta a su raza,
sufriera el ultraje de un igual suyo? El que viva debe ser para vos un consuelo. Además,
siendo como es persona de rango, bien emparentado y querido de todos, puede más
adelante ser llamado de su destierro. Armaos, pues, de paciencia: si la fortuna lo aleja de
vos por algún tiempo, al devolvéroslo, estad cierta que os hará experimentar una dicha más
grande, un contento mayor del que hasta aquí habéis sentido. Vaya, dadme palabra de no
afligiros así, e iré a la celda del padre, a saber de vuestro esposo y a inquirir el sitio en que
se oculta.
Accedió la joven, y la buena ama, habiéndose encaminado a San Francisco, supo por
boca del mismo Fray Lorenzo que Romeo iría, cual de costumbre, a ver a Julieta y a
enterarla de lo que pensaba hacer en lo futuro.
Las horas que ésta pasó esperando fueron horas de inquietud y ansiedad, horas iguales a
las del marino que ve la calma después de la tormenta, y sucederse otra vez al tiempo
bonancible, que le tranquilizaba, un nuevo y más furioso huracán.
Llegado el momento convenido, se presentó Romeo en el jardín, y hallando ya dispuesto
lo necesario, hizo su habitual ascensión, cayendo en brazos de Julieta, que, conmovida, le
esperaba. Y uno y otro amante, sin poder pronunciar palabra, deshechos en lágrimas y