Page 157 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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que naciste. Y cuenta ser más cauta en lo futuro; porque sin la promesa que tengo
                  empeñada al conde, ahora mismo te haría sentir todo lo que pesa la cólera de un padre
                  indignado.

                     Y esto dicho, sin esperar ni querer oír cosa alguna, salió el anciano, dejando a su hija de
                  rodillas en el aposento. Ésta, penetrada de la gran irritación en que ardía su padre, temerosa
                  de que fuese a más, se encerró en su alcoba, y toda llorosa, pasó la noche sin pegar los ojos.
                  Venida la mañana, saliose a la calle, acompañadla de su camarera, y bajo pretexto de ir a
                  misa, se fue a los Franciscos en busca de Fray Lorenzo, a quien, en símil de confesión, hizo
                  relato de todo lo ocurrido, concluyendo con estas frases:

                     -Señor, pues sabéis que no puedo casarme dos veces, y que sólo tengo un Dios, un
                  esposo y una creencia, me hallo resuelta, al salir de aquí, a dar fin con estas dos manos que
                  unidas veis ante vos a mi dolorosa existencia, para que mi espíritu testifique al cielo y mi
                  sangre a la tierra la fe y lealtad que he guardado.

                     Sorprendido a lo sumo Fray Lorenzo, y leyendo en el feroz continente de Julieta, en sus
                  errantes miradas, que algo de siniestro maquinaba, para disuadirla de su propósito, la dijo:

                     -Hija mía, os suplico en nombre de Dios que moderéis vuestro enojo y os mantengáis
                  tranquila en este sitio hasta que yo haya tomado providencia, segura que antes de
                  marcharos os daré tal consuelo y pondré tal remedio a vuestras angustias que quedaréis
                  satisfecha y contenta.

                     Y habiéndola así tranquilizado, salió de la iglesia y se fue a su celda, donde comenzó a
                  proyectar diversas cosas, fluctuando siempre entre su conciencia, que le imponía estorbar el
                  matrimonio del conde Paris, y el peligro de llevar a cabo una empresa dificultosa por mano
                  de una joven sencilla e inexperta, cuya menor falta de ánimo habría de traer por resultado la
                  publicación del secreto, la deshonra de su nombre y el castigo de Romeo. Por fin, después
                  de pensarlo mucho, comprendió que triunfaba el deber de su conciencia y que era fuerza
                  evitar a todo trance el adulterio de Julieta, desposada por él mismo. Firme, pues, en esta
                  resolución, abrió su gabinete, tomó un frasco, y viniendo en busca de la joven, que yerta
                  esperaba su sentencia de vida o muerte, la preguntó:

                     -¿Qué día es el señalado para la boda?

                     -El fijado para prestar mi consentimiento al matrimonio acordado por mi padre es el
                  miércoles próximo; pero la celebración de los desposorios no debe verificarse hasta el dos
                  de setiembre.

                     -¡Hija mía -dijo entonces el religioso-, levanta el espíritu; el Señor me ha abierto un
                  camino para librar, tanto a ti como a Romeo, de la cautividad que les amenaza! Conocí a tu
                  esposo en la cuna, he sido el depositario de sus más íntimos secretos, le amo cual si fuera
                  mi hijo, y nunca permitirá mi corazón que sufra daño en lo que pueda intervenir mi
                  experiencia. Siendo tú su esposa, debo amarte también y tomar empeño en sacarte del
                  martirio y la angustia que te oprimen; así, pues, hija mía, entérate del secreto que voy ahora
                  a descubrirte, y guárdate bien de revelarlo a persona alguna, porque tu vida depende de ello.
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