Page 161 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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sobre todos, sentía tan oprimida el alma que le faltaban llanto y voz, y no sabiendo qué
                  hacer, mandó por los más expertos doctores de la ciudad, los cuales, enterados del pasado
                  de la joven, declararon unánimemente que había muerto de melancolía. Si hubo, pues, en
                  algún tiempo mañana triste, lamentable, desgraciada y fatal, ninguna ciertamente lo fue tan
                  en alto grado como la que se publicó en Verona la muerte de Julieta; tan sentida fue de
                  grandes y chicos que, en vista de la común lamentación, se hubiera creído, y no sin
                  fundamento, que estaba en peligro la república.

                     Y causa había para ello, porque la joven, además de su esplendente belleza y de las
                  muchas virtudes de que la había dotado naturaleza, era tan dulce, prudente y modesta que
                  reinaba en los corazones de todos.

                     En tanto que estas cosas se pasaban, Fray Lorenzo había despachado diligentemente un
                  buen religioso de su convento, llamado Fray Anselmo, con una expresa carta para Romeo,
                  en la cual, después de referirle cuanto había tenido lugar entre él y Julieta, le hablaba de la
                  virtud del brebaje y le recomendaba venir la noche próxima, en que debía terminar la
                  operación de aquél, para que recogiese a su esposa y al abrigo de un disfraz la llevase a
                  Mantua, conservándola a su lado hasta que ocurriese un cambio de fortuna.

                     Diose prisa el monje, y llegó en breve a su destino; mas como es costumbre de Italia que
                  los franciscos se acompañen de un hermano de su orden para andar por la ciudad, el de que
                  hablamos se fue a buscarlo a su convento, encontrándose con que no podía salir después de
                  haber entrado, en razón de que pocos días antes había muerto un religioso, de peste según
                  se decía, y los diputados de la sanidad habían prevenido al guardián de los Franciscos que
                  no permitiese a ninguno de éstos comunicarse con las personas de fuera en tanto que los
                  señores de justicia no diesen permiso. Causa fue esto de un gran mal, como después veréis;
                  pues el portador de la carta, que ignoraba el contenido de ella, no pudiendo entregarla
                  personalmente, prefirió aguardar al día siguiente para hacerlo.

                     Esto acontecía en Mantua, mientras en Verona tenían lugar los funerales de Julieta. De
                  acuerdo con la antigua usanza del país, que da abrigo en un propio sepulcro a los parientes
                  más cercanos, la joven fue llevada al común panteón de los Capuletos, erigido en un
                  cementerio inmediato a la iglesia de los Franciscos, el mismo en que Tybal reposaba.

                     Terminados en toda forma los fúnebres obsequios, se retiraron los concurrentes, siendo
                  uno de tantos Pedro, servidor de Romeo, el que, como ya antes dijimos, había sido enviado
                  de Mantua a Verona para servir a Fray Lorenzo y comunicar a su amo cuanto pasara en su
                  ausencia. Habiendo, pues, este fiel criado visto poner en la fosa a Julieta, y creyéndola
                  muerta a ejemplo de los demás, tomó la posta en el acto y se presentó en casa de su señor, a
                  quien dijo, todo deshecho en lágrimas:

                     -Amo mío, os ha sucedido un tan extraordinario accidente que, si no os armáis de
                  fortaleza, me temo ser el ministro de vuestra muerte. Sí, señor, sabedlo; desde ayer mañana,
                  salida del mundo, reposa en paz la señorita Julieta. Yo la he visto enterrar en el cementerio
                  de San Francisco.
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