Page 163 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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pasolas por sus yertos miembros y, no hallando el menor síntoma de vida, sacó de su bolsa
                  el veneno y, habiéndolo apurado casi todo, exclamó:

                     -¡Oh Julieta! Mujer que el mundo no merecía, ¿cuál más grata muerte pudiera elegir mi
                  corazón que la que sufre a tu lado? ¿Cuál más glorioso sepulcro que tu propia tumba? ¿Cuál
                  más digno, más sublime epitafio para conservar la memoria de lo presente que este mutuo,
                  lastimoso sacrificio de nuestras vidas?

                     Y así afanado en su pena, palpitándole el corazón por la violencia del tósigo que le
                  acababa, errantes los ojos, descubrió a Tybal, que aún no corrupto yacía cerca de Julieta, y
                  hablándole cual si estuviera vivo, le dijo:

                     -Primo Tybal, sea cualquiera el sitio en que estés, imploro ahora tu perdón por haberte
                  privado de la vida. Si estás sediento de venganza, ¿qué otra más grande o cruel satisfacción
                  pudieras esperar que ver al que mal te ha hecho envenenado por su mano propia y sepulto
                  contigo?

                     Expresado así su pensamiento, sintiéndose desfallecer poco a poco, se puso de rodillas
                  y, con voz casi extinta, murmuró:

                     -¡Señor Dios, que para redimirnos bajaste del trono de tu Padre y te encarnaste en el
                  vientre de la Virgen, yo te pido que tengas compasión de esta pobre alma afligida, pues
                  harto conozco que el cuerpo es tierra únicamente!

                     Y, presa de un dolor terrible, se dejó caer con tal ímpetu sobre el cuerpo de Julieta que el
                  ya extenuado corazón, incapaz de resistir ese violento y último esfuerzo, le flaqueó de una
                  vez, haciendo volar el alma.





                     Fray Lorenzo, conocedor del período fijo en que debía efectuarse la operación de su
                  narcótico, sorprendido de no tener respuesta a la carta enviada a Romeo por el hermano
                  Anselmo, salió de San Francisco y, con instrumentos a propósito, se dirigió a abrir la tumba
                  de Julieta. La claridad que en ésta brillaba despertó, empero, su terror, detúvose
                  instintivamente, y entonces, presentándosele Pedro, le aseguró que su amo se hallaba en el
                  sepulcro y que no había cesado de lamentarse en dos horas. Recelosos, ambos penetraron
                  en el panteón y, encontrando sin vida a Romeo, se entregaron a tan profundo duelo cual
                  pueden sólo comprender los que han sentido verdadera amistad por alguno.

                     En tanto que esto hacían, terminó el éxtasis de Julieta, y vuelta en sí, dudosa por el
                  esplendor que la rodeaba de si era sueño o sombra lo que miraba, reconoció a Fray
                  Lorenzo, y le dijo:

                     -Padre, ruégoos en nombre de Dios que me habléis, pues no sé lo que me pasa.
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