Page 159 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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continuaba en sus primeros errores; pero la joven, anticipándose a la pregunta y mostrando
un semblante más alegre que de ordinario, la dijo:
-Señora, vengo de San Francisco, donde, si bien me he demorado más de lo conveniente,
no ha sido sin fruto ni sin alcanzar, por conducto de nuestro padre espiritual, un gran reposo
de conciencia. He hecho a éste una franca confesión de lo ocurrido, y el buen religioso me
ha ganado tan bien con sus santas advertencias y dignas exhortaciones que, a persistir aún
en mi repugnancia al matrimonio, me veríais dispuesta a obedeceros en todo lo que
tuvierais a bien mandarme. En tal virtud, señora, os suplico que impetréis la gracia de mi
padre y le digáis, si no os enoja, que, de acuerdo con sus prescripciones, me hallo dispuesta
a reunirme en Villafranca con el conde Paris y a aceptarle allí, en presencia vuestra, por
señor y esposo. En prueba de que lo siento así, me voy a mi alcoba a elegir el más precioso
traje, para, presentándome en tal atavío, proporcionarle mayor contento.
Regocijada altamente la buena madre, y sin hallar palabras con que responder, se fue
presurosa a buscar al señor Antonio, a quien contó punto por punto el buen sentir de su hija
y el completo cambio que en ella había operado Fray Lorenzo. Oído esto por el anciano, se
llenó de placer extremo y dijo bendiciendo a Dios:
-Amiga mía, no es éste el primer bien que hemos recibido de este santo varón y, de
seguro, no existe un ciudadano en esta república que no le sea deudor de algo. ¡Así hubiera
querido el Señor rebajarlo veinte años a costa de un tercio de mi vida; tanto me apesara su
mucha vejez!
Incontinenti fue a ver el señor Antonio al conde Paris, a quien trató de persuadir que
viniese a Villafranca; pero éste, no considerándolo oportuno, propuso por el pronto y como
más conveniente hacer una visita a Julieta, lo cual se llevó a efecto. Advertida la madre,
hizo prevenir a su hija, quien se mostró lo más complaciente posible y supo desplegar tales
gracias, que su futuro, ya antes de partir, sintió cautivo el corazón, y no cesó de instar a los
padres de su prometida por la pronta realización del matrimonio. Y así como este día se
pasaron otros y otros más hasta la víspera de los desposorios, para los cuales se había
preparado tan en grande la madre que nada faltaba de lo que pudiera dar lustre y realce a su
casa. Villafranca, como ya lo hemos dicho, era un sitio de placer, a una o dos millas de
Verona, donde el señor Antonio acostumbraba ir a solazarse, sitio en el que debía darse el
convite de bodas, así que éstas se celebrasen en Verona.
Sintiendo Julieta que su hora se acercaba, fingía lo mejor que podía y, llegado el
momento, dijo a su inseparable camarera:
-Mi excelente amiga, sabéis que hoy es la víspera de mi casamiento, y como deseo por
esta causa pasar la mayor parte de la noche en oración, os suplico me dejéis sola y que
mañana, sobre las seis, vengáis a ayudarme a vestir.
A lo que asintió sin dificultad la buena anciana, bien ajena de lo que trataba de hacer.
Sola en su estancia la joven, tomó agua de una vasija que estaba sobre la mesa, llenó el
frasco que le había dado el religioso, y hecha la mistión, puso el todo sobre el travesero de