Page 154 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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mezclando con ellas sus besos, permanecieron así largo rato, hasta que, apercibiéndolo el
joven, dijo a su compañera:
-Amiga mía, no entra ahora en mi pensamiento haceros relato de los mil extraños
accidentes de la frágil, inconstante fortuna, que tan pronto eleva al hombre al pináculo de
su favor como le sumerge en las mayores miserias. En un solo día se sufre por lo gozado en
cien años, y esto precisamente me pasa a mí, que, siempre objeto de la contemplación de
mis parientes y favorito de la fortuna, esperaba llegar al colmo de la felicidad
reconciliando, por medio de una dichosa unión, el encono de nuestras dos familias. Todo
mi propósito ha venido a tierra, todo me ha salido contrario, y de hoy en adelante tendré
que vagar por extrañas provincias, sin tener seguro asilo. Ésta es mi situación, y sólo me
resta pediros que soportéis con resignación mi ausencia hasta que Dios se digne terminarla.
Al llegar a este punto, Julieta, sin dejarle seguir adelante, deshecha en llanto, le dijo:
-¡Cómo! Romeo, ¿tendréis tan duro el corazón, seréis tan despiadado, que me dejéis
aquí sola, rodeada noche y día por miserias que me presentan sin cesar la muerte, sin
consentir que la alcance? La desgracia quiere conservarme la vida, a fin de recrearse en mi
pasión y triunfar con mi pena, y vos, como ministro y tirano de su crueldad, después de
haberme alcanzado, no tenéis, por lo que veo, reparo alguno en abandonarme. Prueba
evidente de que han decaído las leyes del afecto es lo que sucede; esto es, que aquel en
quien cifraba mi mayor confianza, y por quien me he hecho enemiga de mí misma, me
desdeñe y desprecie. No, no, Romeo, fuerza es que optéis por uno de estos extremos: o el
de verme arrojar por la ventana, a fin de seguiros, o el de permitirme que os acompañe a
todas partes. Mi corazón se ha identificado a tal punto con el vuestro, que a la sola idea de
separación me siento morir. Sólo ansío la vida para estar junto a vos y ser partícipe de
vuestros infortunios. Así, pues, Romeo, si el hidalgo pecho fue una vez albergue de la
piedad, recibidla ahora en el vuestro y acordadme seguiros. Si el traje femenil es un
inconveniente, mudaré de vestido; otras de mi sexo lo han hecho ya por huir de la tiranía
familiar. ¿Creéis que Pedro, vuestro criado, os sirva mejor que yo? ¿Será acaso más fiel?
Mi belleza, que tanto habéis ponderado, ¿no tiene poder alguno? Mis lágrimas, mi afecto,
las satisfacciones que os he dado, ¿no se tomarán en cuenta?
Viéndola Romeo que tanto se exaltaba, y temeroso de que fuera a más, la tomó en sus
brazos y, besándola tiernamente, la dijo:
-Julieta, única dueña de mi corazón, ruégoos en nombre de Dios y del ferviente cariño
que me profesáis que desechéis tal intento, si no queréis la completa ruina de entrambos. Sí,
en cuanto vuestro padre os eche de menos, nos hará perseguir por todas partes y,
descubiertos, como es fuerza que seamos, nos hará castigar, a, mí como raptor, y a vos
como hija rebelde y desobediente. Venid a razón; yo prometo obrar de tal modo en mi
destierro que, antes de cuatro meses lo más tarde, será alzado, y si así no sucede, resulte lo
que quiera, vendré aquí y, auxiliado de mis amigos, os sacaré de Verona, no con disfraz
alguno, sino como a mi esposa y eterna compañera. Moderad, pues, vuestra pena y vivid en
la persuasión de que tan sólo la muerte podrá apartarme de vos.
Las razones de Romeo hicieron tal fuerza en Julieta, que ésta respondió: