Page 155 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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-Mi eterno amigo, sólo deseo lo que sea de vuestro agrado; id donde quiera; siempre mi
                  corazón os permanecerá fiel. Lo que os pido es que no dejéis de comunicarme, por
                  conducto de Fray Lorenzo, el estado de vuestros asuntos y el lugar de vuestra residencia.

                     Y sin más, los dos pobres amantes permanecieron juntos hasta que la luz natural les
                  obligó a separarse, poseídos de una profunda tristeza. Romeo se fue en derechura a San
                  Francisco, y después de haber enterado a Fray Lorenzo de lo que importaba, partió de
                  Verona, disfrazado de mercader extranjero. Llegado a Mantua sin el menor inconveniente,
                  despachó a Pedro, su criado y acompañante, a casa de su padre, para que permaneciese al
                  servicio de éste, y él, por su parte, alquiló una casa, donde por espacio de algunos meses
                  hizo vida ejemplar, tratando de vencer el disgusto que le atormentaba.

                     No así la infeliz Julieta. Incapaz de vencer su dolor, palidecía notablemente, y con
                  hondos, continuados suspiros revelaba su pena. Notándole, pues, su madre, la dijo:

                     -Querida mía, si continuáis de tal suerte, atraeréis antes de tiempo la muerte de vuestro
                  buen padre y la mía; tratad, pues, de consolaros y esforzaos por estar alegre, sin pensar más
                  en la desgracia de vuestro primo Tybal. ¡Dios se ha servido llamarle! ¿Pensáis contrariar su
                  voluntad por medio del lloro?

                     Pero la pobre criatura, no hallando fuerzas contra su mal, la respondió:

                     -Señora, tiempo hace que he vertido mis últimas lágrimas por Tybal, y tan deseco se
                  halla el manantial de ellas, que no brotará otras.

                     No comprendió la madre el verdadero sentido de estas palabras y calló, por temor de
                  entristecerla; pero viendo pocos días después que continuaban sus tristezas y angustias,
                  trató de inquirir, no sólo de la paciente, sino de los criados de la casa, lo que podía ser
                  motivo de semejante duelo. No acertando a conseguirlo, la pobre madre, apesarada al
                  extremo, formó lo resolución de comunicarlo al señor Antonio, su marido, y con esta idea,
                  yendo hacia él un día, le dijo:

                     -Señor, si habéis observado el comportamiento de nuestra hija después de la muerte de
                  Tybal, su primo, notaréis con sorpresa que se ha operado en él una rara mutación; pues no
                  contenta con privarse de beber, comer y dormir, ni se ejercita en otra cosa que en llorar y
                  lamentarse, ni tiene más gusto y deleite que mantenerse reclusa en su alcoba, entregada tan
                  profundamente a su dolor que, si no ponemos remedio, dudo que pueda vivir. Inútiles han
                  sido mis indagaciones; por más que he inquirido el origen de su mal, permanece aún
                  secreto, pues si bien juzgué al principio que fuera la muerte de su primo, pienso ahora lo
                  contrario; habiendo oído de su propia boca que ya había derramado por ella las últimas
                  lágrimas. No sabiendo qué pensar de todo esto, he venido a figurarme que la causa de su
                  tristeza es el despecho de ver establecidas a la mayor parte de sus compañeras y la
                  convicción que se ha formado quizás de que deseamos conservarla soltera. En tal virtud,
                  por vuestro reposo y por el suyo os pido encarecidamente que tratéis en lo futuro de
                  proporcionarla un enlace digno de nuestra casa.
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