Page 151 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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prudencia que nos sea dable continuar por siempre en reposo y tranquilidad, sin ofrecer
ventaja alguna a nuestros enemigos.
A este punto habían llegado cuando, presentándose la nodriza, les dijo:
-Quien malgasta su tiempo en balde, demasiado tarde lo recobra. Uno y otro os habéis
proporcionado sinsabores, y he ahí, prosiguió señalando a determinado punto de la
habitación, el sitio en que podéis desquitaros. Los amantes no desperdiciaron el consejo, y
redoblando los dulces agasajos, arribaron al colmo de su felicidad.
Habiendo amanecido, apartose Romeo del lado de Julieta jurándola antes que no dejaría
pasar dos días sin visitarla, en tanto que la suerte le impidiera proclamar su matrimonio a la
faz del mundo. Y cumpliéndose esto así, los dos esposos continuaron viéndose y gozando
de un contento increíble hasta que la fortuna, envidiosa de tal prosperidad, tornose en
adversa y los llevó a un abismo en que pagaron con usura las dichas pasadas, como lo vais
a ver en el curso de esta relación.
Según queda ya dicho, el señor de Verona no había podido llevar a tal punto la
reconciliación de los Montescos y Capuletos que hubiera hecho desaparecer las chispas de
su antiguo rencor, y por esta causa sólo aguardaban las dos familias un ligero pretexto para
atacarse. Las fiestas de Pascua proporcionaron esta ocasión, pues que, habiéndose
encontrado cerca de la puerta de Bursari, delante del viejo castillo de Verona, dos partidas
de las casas ya mencionadas, sin entrar en palabras comenzaron a acuchillarse, instigados y
movidos los Capuletos por un tal Tybal, primo hermano de Julieta, el que hacía las veces de
jefe, siendo en extremo atrevido y diestro en el manejo de las armas. Esparcido bien pronto
el rumor de la contienda por los cantones de la ciudad, empezó a acudir gente de todas
partes; el propio Romeo, que a la sazón se paseaba con algunos amigos por la población, no
tardó en presentarse en el sitio de la riña, y viendo el desastre que se operaba entre sus
allegados, no pudiendo reprimirse, dijo a sus compañeros: «Separémosles, señores, pues
unos y otros se hallan tan ciegos que va a hacerse general la pelea». Y dando el ejemplo,
precipitose en medio de los combatientes y, sin hacer otra cosa que parar los golpes que le
asestaban, exclamaba sin interrupción: «Basta, amigos; tiempo es ya de que acaben nuestras
rencillas; con ellas ofendemos a Dios grandemente, escandalizamos al mundo entero o
introducimos el desorden en la república». Pero era tal la acritud de los contendientes que,
sin oír la voz de paz, sólo trataban de herirse y descuartizarse. Los espectadores, viendo
cubierta la tierra de brazos, piernas y miembros ensangrentados, se llenaban de terror, no
acertando a darse cuenta de semejante coraje ni a juzgar de qué parte se inclinaba la
victoria. De improviso, encontrándose Tybal con Romeo, le asesó una furiosa estocada,
creyendo atravesarle de parte a parte; mas librado Romeo por la cota de malla, que a
precaución usaba siempre, sin mostrarse agraviado, le dijo:
-Tybal, comprenderás por la paciencia que hasta el presente he guardado que no me ha
traído aquí el afán de combatir y sí sólo el de mediar entre vosotros, y si a otra cosa
atribuyeras mi falta de acción, harías gran injusticia a mi renombre. Créeme, existe otro
particular respeto que me impone abstención en las actuales circunstancias, y te ruego así
que no abuses, que te des por conforme con la sangre derramada, con la mucha más que
antes de ahora se ha vertido, y que no traspases los límites de mi buen deseo.