Page 148 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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constante ídolo de mi existencia. Nuestra alianza, concluyendo la desunión de las dos
                  familias, traerá a ellas una paz inextinguible».

                     Fija en esta determinación, cuantas veces pasaba Romeo por la puerta de su casa se
                  presentaba con alegre rostro y le seguía con los ojos hasta verle desaparecer; mas esto duró
                  solo por espacio de algunos días, siendo la causa que el mancebo, habiendo atisbado cierta
                  vez a su adorada en la ventana de su aposento, que daba a una calle muy estrecha limitada
                  en la acera opuesta por un jardín, comenzó desde entonces a pasearse por allí de noche,
                  cubierto con una capa y bien provisto de armas, excusando pasar por la puerta y abrir
                  camino a las sospechas.

                     Julieta, que no se explicaba la ausencia del joven, mantenía una continua impaciencia, la
                  cual, llevándole al sitio de que hemos hablado, se lo hizo descubrir a favor de la claridad de
                  la luna, casi tocando a su ventana. Alarmada al par que conmovida viéndole tan cerca,
                  preñados de lágrimas los ojos y con voz interrumpida por los suspiros, se dirigió a él y le
                  dijo:

                     -Señor Romeo, paréceme que prodigáis mucho vuestra vida, aventurándola en tal hora a
                  la merced de los que mal os aman, de los que, a encontraros, os harían pedazos y
                  comprometerían mi honor, que estimo más que la vida.

                     -Señora -contestó Romeo-, mi vida está en manos de Dios, y él sólo puede disponer de
                  ella. Si alguno intentase quitármela, le haría entender en vuestra presencia cómo sé
                  defenderla, sin que por decir esto la estime en tanto que, en caso de necesidad, no la
                  sacrificara gustoso por vos. De perderla aquí, no me pesaría otra cosa que haber perdido
                  con ella el medio de haceros comprender cuánto os amo y deseo serviros. Para rendiros sólo
                  homenaje de adoración y respeto hasta el último suspiro la quiero, no para otra cosa.

                     Conmoviose hondamente Julieta al escuchar estas palabras, y dando entrada en su pecho
                  a la piedad, apoyada la cabeza en la mano y bañado el rostro en lágrimas, dijo a Romeo:

                     -Señor, os suplico que no me recordéis el peligro de que habláis, pues la sola idea de él
                  me hace estar entre la vida y la muerte. Mi corazón se halla tan unido al vuestro, que el
                  menor sinsabor que recibierais se haría extensivo a mí: en gracia, pues, de nuestro bien
                  común, decidme en pocas frases lo que tratáis de hacer. Aguardar privanza alguna contraria
                  al decoro sería manteneros en un error; si, por el contrario, es santa la voluntad que os
                  anima, si el afecto que me confesáis se halla basado en la virtud y arde en deseos de
                  hacerme esposa vuestra, tan amante y dispuesta me encontraréis que, sin tener en cuenta la
                  obediencia y respeto que debo a mis padres, ni la antigua enemistad de nuestras familias, os
                  haré dueño y señor perpetuo de mi persona y de cuanto la atañe, y me hallaréis pronta y
                  dispuesta a seguiros a donde quiera que os plazca.

                     Romeo, que no aspiraba a otra cosa, elevando las manos al cielo y en medio de un
                  indefinible contento, respondió:

                     -Pues que me hacéis el honor de aceptarme por esposo, estoy pronto a serlo, y mi
                  corazón, que ardientemente lo anhela, os quedará en prenda y como seguro testimonio de la
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