Page 158 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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No debes ignorar, por lo que aquí se dice y por el renombre de que gozo en general, que he
                  viajado por casi todos los puntos habitables del globo; durante veinte años consecutivos he
                  mantenido el cuerpo en movimiento perenne, exponiéndolo en los desiertos a merced de las
                  brutas fieras; en las ondas, al azar de los piratas; y así en la tierra como en el mar a mil
                  otros peligros y contratiempos. Estas peregrinaciones, no te creas, no, que me han sido
                  inútiles: aparte del increíble contento que han hecho sentir a mi espíritu, me han
                  proporcionado otro particular provecho, del que, mediante la gracia de Dios, tendrás
                  pruebas en breve. Es el de haber aprendido las propiedades secretas de las piedras, metales
                  y otras cosas ocultas en las entrañas de la tierra, aprendizaje que me sirve de auxiliar
                  (contra la común ley de los hombres) cuando la urgencia lo pide, y comprendo que no hay
                  ofensa contra el cielo; pues estando, como estoy, al borde de la tumba, y debiendo dar
                  pronto cuenta de mis actos, me cuido más de los juicios de Dios que cuando bullía en mi
                  cuerpo la ardorosa sangre juvenil. Uno de los tantos frutos alcanzados consiste en la
                  preparación de una pasta, ya probada, que hago de ciertos soporíferos, y la cual, reducida a
                  polvo y tragada en un líquido, adormece de tal modo al que la toma, y paraliza sus sentidos
                  y espíritus vitales tan altamente, que no hay médico, por excelente que sea, que dé por vivo
                  al que se halla sometido a su influjo; siendo lo extraño del caso que no produce el más
                  simple dolor y que el paciente, después de un sueño dulce, torna a su primitivo ser así que
                  ha terminado la operación. Desecha, pues, todo femenil temor; ármate de brio, porque solo
                  en la fuerza de tu alma estriba la salvación o la muerte. Escucha mis instrucciones. He aquí
                  este frasco; guárdalo cual si fuera tu vida, y en la tarde, víspera de tus esponsales, o en la
                  madrugada del mismo día, llénalo de agua y bebe su contenido. Un sopor agradable te
                  invadirá en el acto, y extendiéndose insensiblemente por las partes todas de tu cuerpo, las
                  dominará con tal vigor que quedarán inmóviles, sin visos de sensibilidad. En ese éxtasis
                  permanecerás, por lo menos, cuarenta horas; sorprendidos los que te cerquen, juzgándote
                  muerta, según la inveterada costumbre de la ciudad, te harán llevar al cementerio, que está
                  cerca de la iglesia, y te colocarán en la tumba do reposan tus antepasados los Capuletos. En
                  el intermedio, por persona de nuestra devoción se dará aviso en Mantua al señor Romeo,
                  que no dejará de acudir aquí la noche subsecuente, y entre él y yo, abriendo el sepulcro, te
                  sacaremos de él, y tu esposo, terminado el éxtasis, podrá llevarte consigo sin que lo recelen
                  tus parientes, y guardarte a su lado hasta el instante feliz en que, lograda la armonía, todos
                  reciban contento del caso.

                     Terminado el discurso de Fray Lorenzo, del que Julieta llena de atención no había
                  perdido una sola frase, dio ésta entrada en su alma a una nueva alegría y contestó a aquél:

                     -Padre, no temáis que me falte valor al poner en práctica lo que me habéis ordenado;
                  pues, aunque fuese una terrible droga, un veneno mortal lo que me dais, preferiría apurarlo
                  a caer en las manos de quien no puede poseerme. A más de esto, es deber mío armarme de
                  fortaleza y arriesgarme a todo, a fin de acercarme a la persona de quien depende
                  completamente mi vida y toda la ventura que espero en la tierra.

                     -Anda, pues, hija mía, bajo la guarda de Dios, la repuso el buen padre. Yo le pido que
                  sea tu guía y que te mantenga en la firmeza que muestras, durante la ejecución de tu obra.

                     Separada Julieta de Fray Lorenzo, se volvió cerca de las once al palacio de su familia,
                  donde a la entrada se vio con su madre, que la aguardaba impaciente, para preguntarle si
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