Page 164 - Romeo y Julieta - William Shakespeare
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Temiendo el monje verse sorprendido en el cementerio si prolongaba en él su estancia,
                  no ocultó nada a la joven y la hizo un fiel relato de todo. Contola cómo había mandado a
                  Mantua al hermano Anselmo, con una carta para Romeo; cómo éste la había dejado sin
                  respuesta, y cómo, al venir él a libertarla, se había dado con su muerto esposo en la propia
                  tumba. Mostrándoselo entonces, la exhortó a sufrir con paciencia el infortunio acaecido,
                  prometiéndola, si era de su agrado, conducirla a un privado convento de monjas, donde
                  quizás alcanzaría con el tiempo moderar su pena y dar reposo a su alma. Pero nada de esto
                  último oyó Julieta: fuera de sí al distinguir el cadáver de su bien querido, hecha un torrente
                  de lágrimas, sin poder casi respirar en fuerza del inmenso dolor que la oprimía, se arrojó
                  sobre aquél y, teniéndole abrazado, parecía querer reanimarle con su aliento y sus sollozos.
                  Por fin, después de haberle besado y rebesado un millón de veces, exclamó:

                     -¡Ah! Dulce reposo de mis pensamientos y de todos los placeres que he sentido, al fijar
                  aquí tu cementerio entre los brazos de tu fiel amante, al concluir por su causa la existencia
                  en la flor de tus años y cuando el vivir debía serte caro y deleitoso, ¿no dudó un ápice tu
                  corazón? ¿Cómo pudo afrontar ese tierno cuerpo la imagen de la muerte? ¿Cómo permitir
                  tu juventud que te confinases en este lugar inmundo y fétido, para servir de pasto a viles
                  gusanos? ¡Ay, ay! ¿qué necesidad había al presente de que se renovasen en mí estos
                  dolores, que el tiempo y la resignación debían extinguir y sepultar! ¡Ah!, ¡cuán ruin y
                  miserable soy! ¡Ansiosa de poner fin a mis males, agucé el cuchillo causante, sí, de la cruel
                  herida que en homenaje se me ha ofrecido! ¡Dichosa, desgraciada tumba! ¡Tú testificarás a
                  los siglos futuros la extrema unión de los dos más infelices amantes que han existido!
                  ¡Recibe hoy los últimos suspiros y accesos del más cruel de todos los crueles agentes de ira
                  y de muerte!

                     En tal actitud se hallaba de continuar sus quejumbres, cuando vino Pedro a advertir a
                  Fray Lorenzo que se oía ruido cerca del murallón; siendo esto causa de que uno y otro se
                  alejaran. Viéndose entonces Julieta sola y en plena libertad, se abalanzó de nuevo sobre el
                  cuerpo de Romeo, lo cubrió otra vez de besos, cual si ninguna otra idea que la pasión
                  imperara en su mente, y habiendo tirado la daga que aquél llevaba al cinto, se dio de
                  puñaladas en el corazón, exclamando lastimeramente:

                     -¡Ah! Muerte, fin del infortunio y principio de la felicidad, sé bien venida. No temas
                  herirme en este instante; no prolongues mi vida un segundo si no quieres que mi espíritu se
                  afane en buscar el de mi adorado entre ésos que ahí yacen. Y tú, mi dueño querido, Romeo,
                  mi leal esposo, si es que aún sientes lo que digo, recibe a la que has amado fielmente y ha
                  sido causa de tu fin violento. ¡Yo te ofrezco gustosa mi alma para que nadie goce después
                  de ti del amor que supiste conquistar, y para que ella y la tuya, fuera de este mundo, vivan
                  juntas por siempre en la mansión de la eterna inmortalidad!

                     Y esto dicho, rindió el último suspiro.

                     A tiempo que estas cosas se sucedían, pasaban por los contornos del cementerio los
                  guardias de la ciudad, y notando el resplandor que despedía el panteón de los Capuletos,
                  temerosos de que algunos nigromantes le hubiesen abierto para usos de su arte, penetraron
                  en él y se hallaron abrazados a los dos amantes, cual si aún diesen testimonio de vida.
                  Pronto, empero, se convencieron de la evidencia; pusiéronse a inquirir y, en su afán de
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