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llo entre los siglos XVI y XVII, tales como Paul Wittich ( ca. 1546-1586),
         Helisaeus Roslin (1548-1616), Nicolaus Reimers Bar (Ursus) (1551-
         1600), Duncan Liddel (1561-1613) o Simon Marius (1573-1624), dis-
         cutieron la importancia del descubrimiento de Copérnico.
             Como consecuencia de los trabajos del genio de Torún, se
         despertó un gran interés por la observación de los fenómenos ce-
         lestes, aprovechando las enormes posibilidades que abría el re-
         cién inventado telescopio, que pronto dejó amplia constancia de
         la inconsistencia de los paradigmas tradicionales de permanencia
         y perfección de los cuerpos celestes. Además de las pruebas apor-
         tadas por Galileo que se han referido, se pudo demostrar que los
         cometas se mueven más allá de la Luna (Michael Maestlin). Asi-
         mismo,  Galileo  y  Christoph Scheiner observaron las fases  de
         Venus y la existencia de manchas solares.
             El inglés Thomas Digges (1546-1595) fue el primero en dar a
         conocer las ideas de Copérnico en el mundo anglosajón. Sin em-
         bargo, Digges desestimó la noción de una esfera fija de estrellas
         inmóviles, para postular la existencia de infinitas estrellas a dis-
         tancias variables. A él también se le atribuye ser el primero que
        planteó la que luego se llamaría «paradoja de Olbers» o paradoja
         de la oscuridad del cielo nocturno.
            Pero, aparte de la verificación empírica de algunos axiomas
         contenidos en el De revolutionibus, el hecho más significativo fue
         sin duda la modificación del modelo copernicano debida a Kepler.
         Influido  por los  datos experimentales reunidos por Brahe, Jo-
         hannes Kepler publicó cuatro tratados esenciales para el desarro-
        llo y fundamentación del heliocentrismo. Sus obras Astronomia
        nova (1609), Epitome astronomiae copernicanae (1618-1621),
        Harmonices mundi (1619) y Tabulae rudolphinae (1627) le per-
        mitieron formular un nuevo modelo, que vino a reforzar los traba-
        jos de Copérnico. Basándose en las hipótesis básicas del polaco
        -rotación diaria de la Tierra, movimiento anual alrededor del Sol,
        estrellas en una esfera fija-, en las observaciones de Brahe y en
        las ideas del magnetismo expresadas por Gilbert, Kepler encontró
        al fin una solución simple para explicar el movimiento planetario:
        las órbitas son elipses.  Definitivamente se enterraron las com-
        plicadas combinaciones de epiciclos y deferentes. A ello hay que





                                         UN MODELO QUE PERDURA PESE A TODO   151
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