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La Revolución industrial convirtió lo que era una sociedad rural en
otra eminentemente urbana. La máquina de vapor drenó pantanos
y marismas, abrió rutas por tierra y mar y las máquinas empezaron
a sustituir la mano del hombre, comenzando por la industria textil,
siguiendo por las minas y acabando en toda actividad económica.
Y todo a causa de un escocés, James Watt.
Corría el año 1765. Hacía ocho años que James Watt (1736-
1819), un melancólico e infatigable ingeniero nacido en la pequeña
ciudad de Greenock, trabajaba en el taller de reparaciones de la
Universidad de Glasgow. Había regresado a su Escocia natal tras
renunciar a su anterior empleo en el taller de un constructor de
instrumental científico en Londres. En la sala de reparaciones des-
cansaba un modelo a escala de la máquina de vapor ideada por
un quincallero sin estudios llamado Thomas Newcomen, utilizada
por los miembros del Departamento de Filosofía de la Naturaleza
en sus demostraciones. Frente a ella, Watt meditó sobre el modo
de mejorar su rendimiento, y lo consiguió.
Una vez diseñada, el siguiente paso fue lanzar su máquina al
mercado. Watt necesitaba encontrar un socio capitalista, y lo en-
contró en la figura del rico, jovial y hospitalario Matthew Boulton.
Era propietario de una manufactura de seiscientos artesanos en
Soho, Birmingham, dedicada a fabricar botones, mangos de espa-
das, hebillas de zapatos, cadenas de relojes y un amplio surtido
LA TEORÍA DE LA ELASTICIDAD 33