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Pronto el puesto de rector se reveló como el regalo envene-
nado que era: el mismo año de su nombramiento, un grupo de
estudiantes pro-alemanes se dedicó a pronunciar discursos contra
el emperador. Su beligerancia llegó al punto de retirar un busto
de Francisco José de uno de los salones de la universidad. Boltz-
mann se vio obligado a actuar contra ellos, presionado por altas
instancias del Gobierno, en un incidente que duró cuatro meses y
que contribuyó a destrozar sus nervios.
LA TENTACIÓN BERLINESA
El episodio que marcó el inicio definitivo de su depresión sucedió
un año más tarde. En 1887 murió Gustav Kirchhoff, amigo y colega
de Boltzmann. La cátedra que ocupaba en la Universidad de Berlín
quedó vacante y el claustro decidió que Boltzmann era la persona
ideal para ocuparla. No tardaron en hacerle llegar la oferta, que
incluía un muy buen sueldo y el control sobre uno de los mejores
laboratorios de Europa. Entre las ventajas del puesto se encon-
traba que trabajaria al lado de su admirado Helmholtz, que había
abandonado Heidelberg por Berlín hacía unos años.
Boltzmann no tardó en ir a visitar la universidad, donde ins-
peccionó el laboratorio e incluso eligió despacho. Al volver a Aus-
tria, no obstante, las dudas arreciaron. En una época en la que
los conflictos europeos estaban a la orden del día, especialmente
entre Alemania y Austria, aceptar un trabajo en otro país no es-
taba bien considerado, al menos no sin pedir permiso previamente
a las autoridades. Boltzmann empezó a plantearse si había obrado
mal y, guiado por su proverbial falta de diplomacia, no se atrevió
a informar a su universidad de lo que había hecho.
Sus colegas, por supuesto, no tardaron en enterarse, por lo
que su intención de marcharse se convirtió en un secreto a voces
y no tardaron en llegarle contraofertas para intentar que se que-
dase en Graz. Esto hizo que Boltzmann se replantease su decisión
y escribiera a Berlín renunciando al puesto, con la excusa de su
mala visión, la cual, ya por entonces, se había deteriorado hasta
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