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Viena, a pesar de todo, no resultó el lugar idílico que Boltz-
mann esperaba. Su insatisfacción estaba motivada por diversas
causas. Una de ellas era que encontraba que el alumnado se había
vuelto pasivo, carente de iniciativa y, sobre todo, falto de entu-
siasmo por la ciencia. En una de sus cartas se quejaba a su amigo
Wilhelm Ostwald (1853-1932), con el que luego mantendría una
encendida disputa, de que a veces le parecía ser un profesor de
secundaria dada la actitud de los estudiantes hacia la ciencia.
EL DEBATE SOBRE LA ENERGÉTICA
En Viena, sin embargo, su mayor reto fue hacer frente a la oposi-
ción de Ernst Mach. Este había obtenido la cátedra de Filosofía
e Historia en 1895 y, desde el primer momento, se mostró muy
crítico con las ideas de Boltzmann. Para entender la naturaleza de
sus desencuentros es necesario detenerse brevemente en la filoso-
fía de Mach, uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX y
quizá del xx: el mismo Einstein se inspiró en algunas de sus ideas
para elaborar las teorías de la relatividad. La posición filosófica
de Mach era muy próxima al solipsismo -la creencia en que no
hay más realidad que las propias sensaciones-, aunque su actitud
era bastante más constructiva y, de hecho, coincide con la de gran
parte de la comunidad científica actual.
Para Mach, había que limitar al máximo el número de supo-
siciones no demostrables, de forma que el conocimiento fuera lo
más contrastado posible. Esto, muy a pesar de Boltzmann, incluía
la existencia de la realidad externa. La física, argumentaba, de-
bería limitarse a hablar de percepciones que, al fin y al cabo, son
la única información a la que los humanos tienen acceso directo.
Toda referencia a un mundo subyacente es indemostrable y «poco
económica» en términos ockhamianos ( el principio de economía
de Ockham establece que en igualdad de condiciones, la explica-
ción más sencilla suele ser la correcta).
Así, no es difícil ver por qué Mach tenía un problema con la
existencia de los átomos y, por extensión, con todo el trabajo de
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