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En 1887 Boltzmann verúa de una época feliz, marcada por sus gran-
       des éxitos científicos de 1872 y 1877 y aderezada con varios honores,
       entre los que se encontraban haber sido nombrado decano o las
       diversas invitaciones a palacio por parte del emperador Francisco
       José. Pero el primer golpe a su idílica situación había llegado dos
       años antes con la muerte de su madre, con quien había mantenido
       estrechos lazos tras el fallecimiento de su padre. Katharina había vi-
       vido con Ludwig desde su matrimonio con Henriette y, a pesar de al-
       gunos roces con su nuera, terúa muy buena relación con su hijo, que
       siempre le agradeció el apoyo recibido cuando inició sus estudios.
           El segundo golpe vino de algo que, en principio, podía parecer
       más bien un honor. Boltzmann fue nombrado rector de la Univer-
       sidad de Graz en 1887. Se trataba de un puesto de responsabilidad,
       en el que las cargas administrativas eran considerablemente ma-
       yores que en el decanato y en el que uno podía verse inmerso en
       conflictos de intereses que requiriesen cierta mano izquierda. La
       diplomacia no era entonces, ni fue jamás, el fuerte de Boltzmann,
       prácticamente un niño-hombre, incapaz de levantar entre él y los
       demás las barreras que construyen la mayoría de los adultos so-
       cialmente adaptados. Mach lo describió así: «Boltzmann no es ma-
       licioso, pero es increíblemente ingenuo e informal ... simplemente
       no sabe dónde trazar la línea. Eso se aplica también a otras cosas
       que son importantes para él».





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