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niveles preocupantes. En Berlín, sin embargo, no entendieron o
no quisieron entender sus razones y le contestaron diciéndole que
no se preocupase, que tendrían en cuenta su estado y obrarian de
forma acorde; que en ningún caso querrían dejar pasar la oportu-
nidad de contar con él por algo así.
Boltzmann se sentía contra las cuerdas, con dos universi-
dades a las que había dado su palabra luchando por quedárselo.
Para una persona sin dobleces como él, la situación resultó una
experiencia traumática que le provocó una crisis nerviosa. Final-
mente escribió una última carta de renuncia a Berlín, en la que
alegaba:
Si empezase mi actividad en Berlín, entraría en un nuevo campo, la
física matemática. ( ... ) Hasta la fecha, he ignorado completamente
muchos capítulos amplios y significativos de la física matemática.
Cuando me encontraba en Berlín me pareció, con mi entusiasmo
inicial, mucho más fácil poner remedio a esta falta de adecuación.
[ ... ] Por otro lado, mi conciencia no me permitiría empezar un nuevo
trabajo, en una posición de alta responsabilidad, sin una experiencia
completa en la totalidad del área que se me ha asignado.
Se ha especulado mucho sobre sus razones para ria aceptar
la cátedra de Berlín. Algunos historiadores afirman que se debió a
lo poco que encajaba con la personalidad de Boltzmann el talante
demasiado formal de los alemanes, un hecho que resumiría en una
frase la esposa de Helmholtz: «Estimado profesor, me temo que
no se sentirá cómodo aquí en Berlín».
También se ha sugerido que fue la inseguridad de Boltzmann
el factor principal para su renuncia. En sus etapas depresivas
podía llegar a dudar de todo, incluso de su capacidad como cien-
tífico. Antes de sus clases solía tener ataques de miedo escénico,
a pesar de que gozaba de una reputación impecable como pro-
fesor. La hipótesis de la inseguridad explica que, poco después
de rechazar el puesto en Berlín, escribiese a Helmholtz para de-
cirle que había cambiado de opinión y se sentía en condiciones
de ocupar la cátedra. La reacción del alemán fue, sin embargo,
tan fría como su trato: Boltzmann atribuiría más tarde a su falta
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