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astrónomo Rugo van Seeliger (1849-1924).  Sus clases de física
         teórica resultaron un gran éxito, hasta el punto de que numerosos
         estudiantes se trasladaron a Múnich solo para tenerlo como profe-
         sor. Su experiencia enseñando física experimental hizo que diera
         sus asignaturas de forma única, usando modelos mecánicos para
         ilustrar conceptos abstractos como la teoría electromagnética.
             A pesar de todo, Múnich suponía ciertos problemas. El Go-
         bierno bávaro no daba pensión alguna a los profesores universi-
         tarios, cosa que había provocado finales harto indignos como el
         de Georg Simon Ohm (1789-1854), el descubridor de la ley sobre
         circuitos eléctricos que lleva su nombre, que murió ciego y en la
         miseria. A Boltzmann le preocupaba su salud: tenía graves ataques
         de asma y su visión se deterioraba día a día, hasta el punto de que
         Henriette tenía que leerle los artículos de otros científicos. Ade-
         más, empezaba a añorar su patria, como le confesó a Loschmidt
         en una carta que le envió poco antes de la muerte de este.  En
         la misiva también intentaba reparar la relación entre ambos, que
         se había visto amenazada por la polémica que habían mantenido
         quince años antes, a propósito de la objeción de la reversibilidad.
             En 1893 murió Josef Stefan, el maestro de Boltzmann, al que
         este tenía en altísima estima. Inmediatamente la Universidad de
         Viena se puso en contacto con Ludwig con la intención de lograr
         que volviese a Austria. A su vez, la Universidad de Múnich le hizo
         una contraof erta que incluía un sueldo mejor y un asistente; la
         balanza cayó al fin del lado de Alemania, aunque Boltzmann solo
         se comprometió a quedarse allí un año más.
             En 1894 recibió un doctorado honoris causa de la Universi-
         dad de Oxford. Dado el prestigio del que gozaba en Inglaterra, no
         es de extrañar que se le concediese tal honor: su fama en tierras
         anglosajonas contrastaba con su poca presencia entre los cientí-
         ficos franceses. Ese mismo año la Universidad de Viena se deci-
         dió a hacer un considerable esfuerzo económico para convencer
         a Boltzmann de que aceptara el puesto, llegando al extremo de
         cancelar una cátedra de química y usar el dinero para aumentarle
         el sueldo. El retorno de Boltzmann a Austria fue,  pues, estelar,
        y da una idea de la reputación de la que ya gozaba el físico por
        aquel entonces.






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