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uso de la hipótesis atómica. Tal y como él mismo afirmaba, los
                     energetistas no habían sido ni siquiera capaces de describir la di-
                     námica de un punto material, por no hablar de la gran cantidad
                     de resultados -en electromagnetismo o termodinámica- que se
                     les escapaban totalmente. Sin embargo, no se sentían descorazo-
                     nados por esos fracasos en modo alguno y, más bien al contrario,
                     no dudaban en etiquetar al resto de la actividad científica -inclu-
                     yendo la de Boltzmann- como anticuada. Mach, de hecho, solía
                     referirse a Boltzmann como «el último pilar del atomismo».
                         A finales de la década de 1890 la situación se estaba volviendo
                     insostenible para Boltzmann, que sentía que estaba librando una
                     batalla en la que tenía todas las de perder. Temía que lo que él
                     mismo llamaba la «barbarie del energetismo» deshiciera la efec-
                     tividad del trabajo de su vida y suprimiese todo el pensamiento
                     atómico durante mucho tiempo.  De este modo,  en 1895  Boltz-
                     mann intentó poner fin a la energética participando en un debate
                     en Lübeck que él mismo había ayudado a organizar. Ostwald pre-
                     sentó sus ideas sobre el tema en un artículo titulado «La supera-
                     ción del materialismo», para encontrarse con un ataque salvaje
                     por parte de su amigo y colega. De ahí siguió un violento debate
                     entre Ostwald y Helm,  por un lado, y Boltzmann y Felix Klein
                     (1849-1925), por el otro. A propósito de la discusión diría después
                     el físico alemán Arnold Somrnerfeld (1868-1951):


                         El defensor de la energética era Helm; detrás de él estaba Ostwald
                         y,  detrás de ambos, la filosofía de Ernst Mach (que no se hallaba
                         presente). El oponente era Boltzmann, secundado por Felix Klein.
                         La batalla entre Boltzmann y Ostwald fue como el duelo entre un
                         toro y un diestro torero. Sin embargo, esta vez el toro venció al to-
                         rero, a pesar de toda su agilidad. Los argumentos de Boltzmann die-
                         ron en el clavo. Todos los jóvenes matemáticos estábamos del lado
                         de Boltzmann; para nosotros estaba claro que era imposible que, de
                         una sola ecuación para la energía, se pudiesen deducir las ecuaciones
                         del movimiento ni siquiera para un punto material, por no hablar de
                         un sistema con un número arbitrario de grados de libertad. En des-
                         cargo de Ostwald, de todos modos, debo mencionar el comentario
                         en su libro Grosse Méinner (Leipzig,  1909, p.  405), donde llama a






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