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UNA ANÉCDOTA FAMOSA

            A un personaje de la talla de Euler es nor-
            mal que se le atribuyan un buen número
            de anécdotas. Lo malo de las anécdotas
            en general es que su atribución acostum-
            bra a ser directamente proporcional a lo
            extravagante del  personaje y  su  verifi-
            cabilidad inversamente proporcional a la
            distancia en el  tiempo en que vivió. La
            que viene a continuación se  incluye por
            la buena fama del narrador -D. Thiébault
            (1733-1807), un cronista  por lo general
            creíble y  veraz que aunque  no estaba
            presente  en  la  ocasión  dice habérsela
            oído explicar a varios testigos- y porque
            goza de gran popularidad. El protagonis-
            ta de la  historia es  el  escritor y  filósofo   Retrato de Denis Diderot, considerado
                                              el padre y supervisor de la Enciclopedia.
            francés Den is  Diderot (1713-1784 ), padre
            y supervisor de la Enciclopedia. Diderot,
            quien estaba de visita en  Rusia,  fue  invitado a debatir en  la  corte sobre la
            existencia de Dios. Al parecer el  muy creyente Euler disponía de una prueba
            irrefutable. Diderot acudió a la  reunión y  contempló como Euler avanzaba
            hasta él  para enunciar su argumento:
                            (a+bn)
                      «Señor, --- = x, luego Dios existe: iresponded!».
                              n
            Diderot, que no entendía gran cosa de matemáticas, no respondió y permane-
            ció callado. Los cortesanos presentes interpretaron el silencio como imposibi-
            lidad de responder a la contundencia del argumento, y se mofaron de Diderot,
            quien, avergonzado, regresó a Francia. Hasta aquí el  relato.
            La otra cara del relato
            La  historia ha encontrado con cierta rapidez resquicios por donde introducir
            un deje de verdad. La  «ecuación» de la  frase no tiene valor matemático al-
            guno. Además, Diderot no era un ignorante en matemáticas pues poseía una
            excelente formación como matemático aficionado. Por tanto, la  pretendida
            frase de Euler le habría sonado como lo que era en  realidad, un galimatías
            sin  sentido, y así lo habría dicho. Además, uno no se  imagina al  muy serio y
            respetuoso Euler prestándose ante un sabio como Diderot a una maniobra
            tan burda. En  lo único en que la  historia es  cierta es  en lo tocante al  regreso
            de Diderot a Francia.








                        SEGUNDA ESTA  CIA  E  ~  SIA:  EULER Y LA TEORÍA DE NÚMEROS   115
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