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Euler viajó a Rusia en 1727 sin mucho entusiasmo, pues aparte
del rigor del clima, se dirigía a trabajar a un país atrasado y donde
se hablaba y escribía en otra lengua e incluso en otro alfabeto.
Esto último se demostró que carecía de importancia, pues Euler,
quien tenía una gran facilidad para los idiomas -dominaba latín,
griego, francés y alemán-, añadió el ruso al repertorio de los que
hablaba, leía y escribía. En ello se distinguía además, y favorable-
mente, de los otros miembros extranjeros que atrajo la Academia
de ciencias de San Petersburgo. He aquí a un sabio extranjero
con el que se podía hablar y entender, a quien era posible escri-
bir, y que se molestaba en entender y saberse expresar en la len-
gua local. Además sabía de todo y todo despertaba su curiosidad:
Nombrado -uno de sus muchos títulos- miembro de la Acade-
mia de Cartografía, se maravillaba de sus logros y los comparaba
muy favorablemente con la cartografía occidental, que era la que
había conocido hasta entonces.
Cuando Euler llegó a San Petersburgo coincidió allí con ta-
lentos co_mo Christian Goldbach y Daniel Bernoulli, así como
con otros sabios, muchos de los cuales de procedencia y lengua
germanas. Euler había sido contratado para enseñar aplicaciones
matemáticas y mecánicas a la fisiología, pero pasó rápidamente
de ser un joven empleado del departamento médico (1727) a pro-
fesor de matemáticas (1733), con un intermedio como profesor de
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