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«Señora, he llegado de un país donde las personas son ahorcadas
si hablan» fue la respuesta de Euler a Sophia Dorothea, la reina
madre del rey de Prusia cuando esta, amablemente, le reprochó a
Euler su escasa participación en una conversación palaciega.
En 1741, Euler había regresado al calor de la Europa tradicio-
nal, al centro del universo iluminista y uno de los focos de irra-
diación de la cultura occidental, a Berlín, a la capital del reino de
Prusia, donde imperaba la voluntad del más liberal de los reyes
de Europa, Federico II el Grande (1712-1786). Allí coincidió con
luminarias tales como Fran9ois Marie Arouet (1694-1778), más co-
nocido como Voltaire, el músico Johann Joachim Quantz (1697-
1773), el pensador Immanuel Kant (1724-1804) o el polifacético
Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832).
A la llegada de Euler, Federico II andaba embarcado en unas
escaramuzas locales por Silesia, por lo que el suizo tuvo que vivir
de los préstamos de diversos conocidos hasta el regreso real, en
1746. Mientras tanto, Euler adquirió un terreno y una casa, plantó
patatas y otros vegetales de subsistencia en su jardín, y se dedicó al
trabajo científico como empleado de la Societas Regia Scientiarum.
Esta era una institución fundada en 1 700 por el rey Federico I,
por iniciativa de Leibniz. Sufrió un pequeño declive durante los
años en que pasó a depender de Federico Guillermo I, quien no
compartía el interés de su antecesor por las cuestiones intelec-
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