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EL CONDE DE RUMFORD

               En  1804  Marie  se  casó  con  Benjamín
               Thompson, conde de Rumford  (1753-
               1814). Su  segundo marido resol vería  la
               única gran  pifia  científica  de Antaine:
               la  atribución de materia al  «calórico».
               Aparte del interés por entender la  esen-
               cia del calor y comprender los fenóme-
               nos físicos del mundo que les  rodeaba,
               Lavoisier y Thompson tenían poco en co-
               mún, aunque ambos nombres estuvieron
               unidos mientras Marie estuvo casada con
               el segundo. Así,  mientras que el máximo
               interés de Antaine era servir a su país, el
               del conde era servirse a sí mismo . .Para-
               dójicamente, aunque Rumford estuvo a
               punto de morir embreado y emplumado
               por sus  compatriotas de Massachusetts
               por traidor, y luego tuvo que huir de casi
               todos los lugares donde trabajó por pro-
                                                 El  conde de Rumford en un  retrato
               blemas de sobornos y comportamientos   de 1872.
               deshonestos, a  diferencia  de Antaine
               terminó falleciendo en su  cama. Pero a
               pesar de carecer de motivaciones altruistas, Rumford  inventó y  construyó
               numerosos dispositivos útiles y no solo para sus contemporáneos, pues, por
               ejemplo, su  diseño de chimenea es  el  que se  sigue usando en la  actualidad.
               Su contribución más notable a la ciencia fue demostrar la naturaleza del calor
               como proceso de transmisión de la  energía, descartando que fuera un e_nte
               material, el  «calórico», una entelequia análoga al  flogisto, que Lavoisier no
               supo desenmascarar. Como no podía ser de otra forma, la relación de Rumford
               con Marie, a la que llegó a calificar de «mujer-dragón», terminó llena de «caló-
               rico» cuando, tras una de sus discusiones, Marie achicharró las rosas preferidas
               del conde con agua hirviendo.





             Pero Marie no limitó su asistencia a los encarcelados a las
         visitas. Antes y después del juicio llamó a todas las puertas, buscó
         la ayuda de amigos y conocidos dentro y fuera de la Asamblea.
         Exigió, amenazó, argumentó ...  Ella pedía justicia, no gracia. De-
         safortunadamente, en esas circunstancias lo único que quizá po-






                                                               EPÍLOGO       139
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