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chines; en lugar de eso dirigió una carta a la Convención. Esta fue
remitida al Comité de Instrucción Pública, que entonces presidía
Guyton de Morveau, otro de los coautores de la Nomenclatura.
Este «amigo» ni siquiera le contestó.
Entonces Lavoisier, en un alarde de valentía o de insensatez,
se entregó. Estaba convencido de que la República no podía cas-
tigar a uno de sus más fieles y leales servidores. No era la arena
política la que Lavoisier dominaba, sino la más callada del labo-
ratorio:
Para servir bien a la humanidad y al país no es necesario ocupar
puestos de gran responsabilidad en oficinas públicas ocupadas en la
organización y regeneración de imperios. El hombre de ciencia tam-
bién puede servir a su país en el silencio de su laboratorio y su estu-
dio: con su trabajo puede tener la esperanza de hacer que disminuyan
la suma de los males que afligen al ser humano e incrementar su
disfrute y felicidad. Si fuera capaz de contribuir con sus descubri-
mientos a prolongar en algunos años, incluso en algunos días, la
esperanza de vida del hombre, puede aspirar al glorioso título de
benefactor de la humanidad.
LA CIUDADANA LAVOISIER
Hay abundante documentación sobre el comportamiento de Marie
en los años convulsos del Terror, cuando no dudó en arriesgar su
vida para salvar las de su marido y su padre. Los visitó a menudo
en la cárcel y se ocupó de que tuvieran todo lo que el dinero podía
comprar. La última carta que le escribió Antaine desde la prisión
da fe del agradecimiento que el científico sintió por ello:
Mi carrera está avanzada y siempre he disfrutado de una vida feliz.
Ello ha sido gracias a ti y continúa siéndolo por las muestras de
cariño que me das. Cuando me haya ido, seré recordado con respeto.
Mi trabajo está hecho, pero tú, que no tienes ningún motivo para no
esperar una larga vida, no debes desaprovecharla.
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