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de asistan representantes de ramas del conocimiento que no parez-
             can tener conexión unas con otras.

             Hoy es una obviedad hablar de la importancia de los congre-
         sos científicos en el avance de la ciencia, pero es sorprendente
         que Lavoisier abogara por su existencia con más de un siglo de
         antelación. En una vibrante presentación ante la Convención de-
         claró:


             ¡Ciudadanos representantes, el destino de la República francesa está
             en vuestras manos! Sobre vosotros recae la responsabilidad de elevar
             a Francia hasta un grado de esplendor y prosperidad mayor que el
             alcanzado nunca por ninguna nación de la que tengamos memoria.
             Organizad la educación en todos los sitios, dad ímpetu a las artes
             aplicadas, a las ciencias, a la industria, al comercio. Mirad con qué
             vigor otras naciones, nuestras rivales, se ocupan de remediar con
             industrias sus carencias de población y riqueza territorial. Una na-
             ción que no tome parte en este movimiento general, una nación en
             la cual las ciencias y las artes aplicadas languidezcan, será adelan-
             tada por las naciones rivales y perderá poco a poco su capacidad de
             competición; su comercio, su riqueza, pasarán a manos de los ex-
             tranjeros y finalmente se convertirá en presa fácil para los que deci-
             dan invadirla. Legisladores, la educación hizo la Revolución; ¡dejad
             que la educación siga siendo entre vosotros el paladín de la libertad!

             En menos de un año los ciudadanos representantes decidie-
         ron cortarle el cuello a quien defendía tan apasionadamente el
         destino de Francia abogando por la educación y la investigación.
         Pero a pesar de ese magnicidio, no era Francia el país que dejando
         de lado la educación y la investigación sería presa fácil para la
         invasión. Las palabras de Lavoisier resultaron proféticas para otro
         país, su vecino del sur, cuyo suelo fue hoyado por los ejércitos
         franceses e ingleses pocos años después. Es el mismo país que
         dos siglos después sigue descuidando su investigación, hipote-
         cando así el futuro de sus ciudadanos.









                                                           EL ESTADISTA      133
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