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Epílogo
Antoine Lavoisier fue guillotinado el 8 de mayo de 1794. Tenía
cincuenta y un años y estaba en la plenitud de sus facultades. Fue
una de las últimas víctimas del Terror en el que había desembo-
cado una revolución que empezó enarbolando las banderas de la
libertad y la igualdad con la torna de la Bastilla el 14 de julio de
1789. Siguió la Declaración de los Derechos del Hombre, hecha a
imagen y semejanza de la formulada en las recién independizadas
colonias americanas. Inicialmente mantuvo al rey Luis XVI en el
trono, aunque limitando sus poderes, pero las sospechas de trai-
ción y, sobre todo, el hambre y la inflación terminaron derribán-
dolo y llevándolo a la guillotina en enero de 1793. La reina María
Antonieta sufrió el mismo destino en octubre de ese año.
El Terror terminó ahogándose en su propia sangre y Maxirni-
lien Robespierre, su principal líder, fue guillotinado el 28 de julio
de 1794. Para Lavoisier ya era tarde. Haber trabajado en una ins-
titución tan odiada corno la Ferrne era motivo más que suficiente
para perder la cabeza en una época tan turbulenta. Pero en el
caso del científico hubo un motivo adicional: su incapacidad para
imaginar el abismo de miseria en el que podía caer el ser humano;
no los desesperados por el hambre, sino los que ocupando posi-
ciones desahogadas eran capaces de albergar el más ruin de los
resentimientos. Tampoco supo escuchar los avisos que se iban
sucediendo.
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