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Faraday también sostenía que un conferenciante debía es-
cribir su propia conferencia, pero nunca leerla a fin de evitar un
estilo monótono y mecánico. También creía que una hora era más
que suficiente para exponer todas las ideas en una conferencia, y
detestaba a los científicos que, demasiado pagados de sí mismos,
se perdían en largas peroratas que no servían más que para alar-
dear de sus grandes conocimientos.
Con todo, Faraday era consciente de que existe una fina línea
entre una conferencia demasiado académica y una demasiado po-
pular, y que se requiere gran habilidad de funambulista para no
caer en uno u otro lado: « Una conferencia únicamente popular
no puede enseñar, y una conferencia que enseña únicamente no
puede ser popular». Faraday consiguió mantener un punto inter-
medio que devolvió la popularidad a la Royal Institution, que
actualmente se pliega a las directrices ya definidas por Faraday
MALVA: EL COLOR SINTÉTICO INSPIRADO POR FARADAY
Las conferencias de Michael Faraday fueron fuente de inspiración de muchos
científicos y profanos. Uno de los casos más anecdóticos fue el del químico
inglés William Henry Perkin (1838-1907), que en 1856, accidentalmente, mez-
cló anilina y dicromato potásico, una mezcla que aparentemente carecía de
va lor. Sin embargo, Perkin se fijó en un destello purpúreo en la mezcla y
añadió alcohol, que disolvió la mezcla y dejó una sustancia de color púrpu-
ra que era capaz de teñir excelentemente la seda. Perkin, de solo dieciocho
años, abandonó sus estudios y patentó el producto. Con la ayuda de todos
los recursos de su familia, construyó una fábrica de tintes y empezó a pro-
ducir lo que Perkin llamaba púrpura de anilina. Los tintoreros franceses
enseguida usaron masivamente este nuevo tinte, cuyo color bautizaron
como malva. El tinte alcanzó tales cotas de popularidad que este período
es conocido por los historiadores como «década del malva», inaugurando
también una gran industria de tintes sintéticos y estimulando, paralelamente,
la expansión de la síntesis de la química orgánica. Ya siendo célebre y rico,
Perkin pronunció una conferencia sobre tintes en la Sociedad de Quím ica
de Londres. En el auditorio se encontraba nada menos que un septuagena-
rio Michael Faraday.
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