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EL DESCUBRIMIENTO DE LUCIFER
En 1826, Michael Faraday sugirió a un
colega suyo, el químico y farmacéutico
inglés John Walker (1781-1859), que re-
gistrara la patente de lo que le parecía
un importante invento: la cerilla de fric-
ción. Se dice que el descubrimiento fue
accidental, cuando Walker mezclaba clo-
rato de potasio con sulfuro de antimonio,
goma y almidón. Removía la mezcla con
un palo y, al secarse esta en la punta,
trató de el iminarla frotándola contra el
suelo, lo que acarreó que se prendiera
una llama. Walker no consideraba que tal
cosa pudiera ser objeto de patente, pues
entendía el fenómeno como una reac-
ción química natural. Al año siguiente, sin
embargo, un tal Samuel Jones, que había
as istido a una de las exhibiciones de John Walker.
Walker, no tardó en registrar la patente,
dando lugar a las llamadas cerillas Lucifer. Ya sea porque el nombre de cerilla
Lucifer tenía más atractivo que el de «cerilla de fricción» o porque facilitaba
en gran medida el encendido de cigarros, las ventas de tabaco ascendieron
considerablemente. El problema es que el olor de la reacción química de la
cerilla Lucifer era muy fuerte, lanzaba chispas a mucha distancia y producía
una llama inestable, siendo así, irónicamente, más perjudicial para la salud que
el propio tabaco.
experimentador, hasta el punto de que empezó a extenderse la
creencia de que Faraday selia el merecido heredero de Davy.
Poco después también descubrió dos cloruros de carbono y,
junto a Richard Phillips, confirmó la existencia de un tercero. Y en
1826, comprobó que el caucho estaba formado por cadenas de
hidrocarburo, planteando así la posibilidad de que más adelante
se fabricara caucho sintético. La hazaña no era nada despreciable
para la época, pues el caucho era una sustancia aún muy extraña.
Cuando los primeros europeos regresaron a Portugal desde Brasil,
habían traído consigo las primeras muestras de tela de caucho, y
52 LA CHISPA QUÍMICA