Page 91 - 21 Faraday
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álabes, una idea que incluso fue empleada normalmente durante
         gran parte del siglo xx, usando como fuente de calor para hervir el
         agua combustibles como la energía nuclear, el petróleo, el carbón,
         la madera o el estiércol animal.
             Las dinamos empezaron a ser tan potentes que en 1865 pro-
         porcionaron lámparas de arco de tamaño gigantesco que se usa-
         ron en la mayoría de los faros. Las resollantes máquinas de vapor
         que habían caracterizado la Revolución industrial fueron también
         sustituidas paulatinamente por motores eléctricos mucho I!lás
         silenciosos y eficientes. Y estos motores también acabaron ali-
         mentando el teléfono de Alexander Graham Bell,  las bombillas
         de Thomas Alva Edison o la radio de Guglielmo Marchese Mar-
         coni. La electricidad acabó siendo, de hecho, un indicador extre-
         madamente fiable del crecimiento o decrecimiento del producto
         interior bruto de cualquier país del  mundo:  cuanto mayor era
         la producción de electricidad, mayor era la prosperidad de una
         nación, creando espontáneamente empleos, productos y consu-
         midores.
             Michael Faraday fue testigo de muchos de estos progresos,
         aunque sus temias más avanzadas aún no conseguían acomodo
         en la comunidad científica.  Contempló  cómo Londres,  poco a
         poco, empezaba a estar mejor iluminado y cómo esa caracterís-
         tica niebla que siempre estaba suspendida en el ambiente -muy
         romántica, pero ciertamente nociva para la salud, pues se debía a
         la polución que originaban las máquinas de la Revolución indus-
         trial- al fin comenzaba a disiparse.
             Electricidad y magnetismo, pues, estaban inextricablemente
         unidos, y cuando la una estaba presente, el otro también, lo que
         motivó que ambas fuerzas se plegaran a un único término lubrido:
         electromagnetismo.
             Los primeros atisbos de la unificación ya se habían contem-
         plado en 1785, cuando el francés Charles-Augustin Coulomb colgó
         unas pequeñas barras imantadas de  unas  cuerdas y  describió
         cómo se influían mutuamente cuando se las separaba a distancias
         diferentes. La fuerza entre ellas decrecía con el cuadrado de su
         separación, es decir, que si,  por ejemplo, la distancia entre los
         imanes se duplicaba, entonces la fuerza decrecía cuatro veces. Si





                                                      LA CHISPA ELÉCTRICA     91
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