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álabes, una idea que incluso fue empleada normalmente durante
gran parte del siglo xx, usando como fuente de calor para hervir el
agua combustibles como la energía nuclear, el petróleo, el carbón,
la madera o el estiércol animal.
Las dinamos empezaron a ser tan potentes que en 1865 pro-
porcionaron lámparas de arco de tamaño gigantesco que se usa-
ron en la mayoría de los faros. Las resollantes máquinas de vapor
que habían caracterizado la Revolución industrial fueron también
sustituidas paulatinamente por motores eléctricos mucho I!lás
silenciosos y eficientes. Y estos motores también acabaron ali-
mentando el teléfono de Alexander Graham Bell, las bombillas
de Thomas Alva Edison o la radio de Guglielmo Marchese Mar-
coni. La electricidad acabó siendo, de hecho, un indicador extre-
madamente fiable del crecimiento o decrecimiento del producto
interior bruto de cualquier país del mundo: cuanto mayor era
la producción de electricidad, mayor era la prosperidad de una
nación, creando espontáneamente empleos, productos y consu-
midores.
Michael Faraday fue testigo de muchos de estos progresos,
aunque sus temias más avanzadas aún no conseguían acomodo
en la comunidad científica. Contempló cómo Londres, poco a
poco, empezaba a estar mejor iluminado y cómo esa caracterís-
tica niebla que siempre estaba suspendida en el ambiente -muy
romántica, pero ciertamente nociva para la salud, pues se debía a
la polución que originaban las máquinas de la Revolución indus-
trial- al fin comenzaba a disiparse.
Electricidad y magnetismo, pues, estaban inextricablemente
unidos, y cuando la una estaba presente, el otro también, lo que
motivó que ambas fuerzas se plegaran a un único término lubrido:
electromagnetismo.
Los primeros atisbos de la unificación ya se habían contem-
plado en 1785, cuando el francés Charles-Augustin Coulomb colgó
unas pequeñas barras imantadas de unas cuerdas y describió
cómo se influían mutuamente cuando se las separaba a distancias
diferentes. La fuerza entre ellas decrecía con el cuadrado de su
separación, es decir, que si, por ejemplo, la distancia entre los
imanes se duplicaba, entonces la fuerza decrecía cuatro veces. Si
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