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EN EL CASINO DE LA NATURALEZA
Dado un sistema cuántico, la ecuación de Schródinger despliega todos los
estados posibles y les asigna una probabilidad. Funciona de forma parecida
a las expectativas de un jugador ante una baraja de cartas. Este conoce las
opciones que tiene de sacar una sota de bastos, pero no sabe cuál será la
próxima carta que el crupier volteará boca arriba. Las probabilidades vienen
condicionadas por la estructura y los elementos del sistema. No es lo mismo
jugar con una baraja de cuarenta cartas que con otrá que incorpore ochos y
nueves, o dos comodines, o con una mezcla de dos barajas. La estadística
proporciona un nivel de conocimiento sobre las cartas tapadas, que se puede
aprovechar para analizar el juego y diseñar una estrategia que dé una venta-
ja. Se trata, por tanto, de un nivel de conocimiento operativo. Si nos permiten
dar la vuelta a todos los naipes y apuntar la posición de cada uno, accedemos
a un nivel más profundo de información. Ahora, aunque las volvamos a situar
boca abajo, no tenemos que maniobrar a tientas con la estadística, sabremos
cuál es la próxima carta y cuándo surgirá la sota. ¿sucede lo mismo con nues-
tro conocimiento del mundo cuántico? ¿Existe un nivel de realidad donde se
puedan leer todas las cartas de la naturaleza, un nivel determinista, donde la
estadística cuántica se revele solo como un fruto de nuestra parcial ignoran-
cia? La mayoría de los físicos opina que no, pero ese era el criterio de Einstein.
Nunca le abandonó la convicción de que la descripción cuántica del universo
resultaba incompleta.
neno abstracto de la mecánica matricial, frustrando cualquier
pretensión de visualizar los electrones. Ya fuera con matrices y
probabilidades de transición o con funciones estadísticas, el azar
presidía las leyes de la naturaleza de un modo que emborronaba
cualquier imagen del átomo. Una función de onda de probabilida-
des era incapaz de seguirle la pista al electrón, de dibujar trayec-
torias clásicas o definir una sucesión continua de posiciones. Las
probabilidades quedaban perfectamente definidas, pero alzaban
un telón que impedía al físico «contemplar» lo que hacía real-
mente el sistema. En ese punto, Heisenberg le hubiera interrum-
pido para recalcar que la pretensión de asomarse al otro lado del
telón era un mero capricho especulativo. Aquello que no se puede
medir, ¿qué es sino una construcción mental? Bajo la lectura insi-
120 LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO