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PAULI, EXCLUSIVO POR PRINCIPIO
El físico vienés Wolfgang Pauli (1900-
1958) pertenece a ese linaje de científi-
cos rodeados de un anecdotario tan rico
que cuesta delimitar dónde acaba el
mito y dónde comienza la personalidad
que lo originó. Se decía que su proximi-
dad a un laboratorio bastaba para des-
componer sus aparatos (el llamado
«efecto Pauli»). Su acidez crítica, que no
se detenía frente a autoridad alguna, ya
fuera Einstein o Bohr, despertaba más
pánico aún entre los físicos. Heisenberg,
uno de sus mejores amigos, aceptaba de
buen grado los denuestos de Pauli, pues-
to que, dejando aparte las formas, goza-
ba de un ojo clarividente para señalar lo
que estaba mal: «No sé las veces que me
dijo: eres un completo idiota, y cosas por
el estilo. Me servía de gran ayuda». Se ha
hecho proverbial su despectivo comentario sobre el artículo de un joven in-
vestigador: «Ni siquiera es falso». Además de un juicio demoledor, constituye
un criterio certero para delimitar los dominios de la ciencia: un argumento que
ni siquiera se puede contradecir debe buscar acomodo en otros lugares, en
la fe o el esoterismo. Noctámbulo reconocido, a Pauli también le gustaba
trabajar de noche y a menudo encontraba la inspiración a la vuelta de algún
bar de copas. Heisenberg, madrugador y disciplinado, se escandalizaba cuan-
do, en sus tiempos de estudiante, lo veía aparecer en la universidad después
del mediodía.
Física fundamental
La obra de Pauli fue amplia y diversa. Contribuyó a echar los cimientos de la
mecánica cuántica y la física nuclear. En 1925 enunció su célebre principio de
exclusión: en todo el universo no pueden existir dos electrones (o cualquier
pareja de su misma familia, las partículas que componen la materia, los llama-
dos fermiones) que compartan el mismo estado cuántico. Para cumplirlo,
deben guardar ciertas distancias. Es un principio de enorme alcance que ex-
plica, entre otras cosas, por qué la materia es sólida y no se viene abajo con-
centrándose en regiones de muy alta densidad. En 1930 postuló la existencia
de la más escurridiza de las partículas: el neutrino. Veintiséis años después,
los físicos experimentales lo descubrieron por fin, precisamente allí donde él
había dicho que estaría.
116 LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO