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Las  relaciones  de  indeterminación dinamitan las trayectorias,
                      cumpliendo un viejo sueño de Heisenberg, que en sus tiempos en
                      Heligoland ya había lanzado una advertencia: «Invierto todas mis
                      energías en aniquilar la noción de órbita». Esta demolición disgus-
                      taba a Einstein, cuya teoría general de la relatividad descansaba
                      en gran medida en el cálculo de trayectorias en un espacio de
                      cuatro dimensiones. Sin embargo, la tesis de Heisenberg no solo
                      amenazaba las trayectorias. En su artículo de 1927 concluía que:
                      «en la formulación más estricta de la ley de causalidad (si cono-
                      cemos con exactitud el presente, podemos calcular el futuro), no
                      es la consecuencia la que resulta falsa, sino la premisa. Por prin-
                      cipio somos incapaces de conocer el presente en todos los deta-
                      lles que lo determinan». Esta ignorancia mina nuestra capacidad
                      de predecir. Al cortar la conexión entre el estado presente y su
                      futuro más inmediato, cifrado en el conocimiento simultáneo de
                      la posición y el momento, el edificio clásico de Newton se desmo-
                      ronaba. Por supuesto, esta incapacidad también estaba presente
                      en la física anterior. Una cosa es teorizar sobre átomos o molécu-
                      las aisladas, y otra, determinar la posición y el momento de un
                      billón de partículas clásicas. Con todo, el naufragio de la causali-
                      dad se debía entonces a los límites humanos, no a un mecanismo
                      esencial de la naturaleza.
                          Las relaciones de ince1tidumbre asoman en cualquier rincón
                      de la física atómica, casi como un aleph borgiano, espejo y cen-
                      tro de todas las cosas, y proporcionan una primera lectura intui-
                      tiva en infinidad de situaciones. Permiten justificar, por ejemplo,
                      mediante un razonamiento aproximado, la estabilidad y el tamaño
                      de los átomos. Si el electrón cayera sobre el núcleo, su posición
                      quedaría  perfectamente  determinada,  lo  que  acarrearía  una
                      enorme velocidad, que a su vez lo arrancaría del núcleo. La relati-
                      vidad añade un límite  de velocidad. Asumiendo una velocidad
                      media del 1 % la de la luz, las relaciones de Heisenberg imponen al
                      electrón una indeterminación espacial del orden del tamaño del
                      átomo, justo los dominios donde mora. La incertidumbre, así, vela
                      por el equilibrio de la materia.








          140         LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO
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